martes, 24 de enero de 2012

LA INSOPORTABLE LEVEDAD DEL SER O DE COMO UN SEÑOR SE MURIÓ AL LADO MIO EN LA BUSETA por Diego Cárdenas

LA INSOPORTABLE LEVEDAD DEL SER O DE COMO UN SEÑOR SE MURIÓ AL LADO MIO EN LA BUSETA por Diego Cárdenas


Muy buenas noches para mis accidentales lectores. Pido disculpas a quién por esos azares del destino haya notado casualmente mi ausencia de los escenarios bloggeros (que técnicamente no son tales pero no reparemos en pequeñeces dijo Napoleón) de este enajenante website. Dicha ausencia, a quién interese saberlo, se debió al exceso de carga laboral que hasta hace unos días me abrumaba y por otro lado a dificultades de índole técnico que me mantuvieron privado del acceso a la red por un par de semanas. Ninguno de los dos inconvenientes se ha solucionado a satisfacción pero bueno, aquí estoy de nuevo.

Les traigo el día de hoy el relato de una de los sucesos, de lejos, mas extraños que me hayan ocurrido en la vida. Advierto que si bien he cambiado algunos de los detalles y descripciones para proteger la identidad y privacidad de los involucrados, lo sucedido es totalmente veraz y fue escrito con el mayor respeto del que fui capaz dadas las circunstancias.

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Hace un par de noches me encontraba por el centro de la capital del país del sagrado corazón, ( lo llamo centro pues acostumbrado a mi natal Ibagué donde todo queda cerca, cualquier trayecto que tome mas de 10 minutos debe llevarme inevitablemente al centro) y me disponía a volver a mis aposentos tras haber ingerido un perro de mil con todas las salsas y gaseosa en vaso desechable tintero que había comprado en algún puesto ambulante de los que proliferan como fuente de nutrición nocturna para el consumidor de modestos ingresos.

El vehiculo de transporte público no demoró mucho en pasar, de hecho si mi sentido de la ubicación no estuviese constituido exclusivamente por un vago recuerdo del dibujo de una niña parada frente al sol con los brazos extendidos y cuatro flechas señalando los puntos cardinales con sus respectivas iniciales, que alguna vez vi en un libro de sociales de primaria, habría tomado un automotor diferente y otra hubiese sido la historia. Si el humilde alimento que había consumido hacía pocos instantes hubiese apurado mis necesidades fisiológicas, si me hubiese detenido a recibir el volante del hermano Teodoro, autoridad en magia llanera -que le trae al ser querido desde donde esté y con quién esté- o simplemente hubiese optado por atar mis agujetas en la calle y no el bus, no estaría escribiendo esta historia (lo de las agujetas es un detalle dramático, la verdad llevaba unos tennis negros con cierres de velcro).

El caso fue que tomé el colectivo negro que rezaba en la tablilla KR100, PUENTE AÉREO, FONTIBÓN , y mientras escuchaba COME ON AND LOVE ME de KISS, subí al teatro sobre ruedas en el que tendría lugar esta tragi-comedia. Tomando en cuenta la hora, tuve “suerte” al encontrar una silla vacía, misma de la cuál me apoderé con toda la presteza de que fui capaz, antes de que fuera esta invadida por algún eterno estudiante costeño, un empleado ojeroso y endeudado o una señora con ganas de descansar sus varices tras la interminable jornada de trabajo. Al lado del puesto que ocupé raudo, dormitaba apaciblemente un sujeto de unos 38 años, en el que inicialmente no reparé demasiado. Tras meditar un poco y si la memoria no me falla, podría describir a este señor como un sujeto bonachón, mas bien rollizo, con corte de pelo al ras muy probablemente con la intención de disimular una calvicie prematura…ahora que lo pienso, detalles comos su vestimenta o color de piel se me escapan.

Mi actividad se limitó por prolongados minutos tan solo a escuchar música y meditar ocasionalmente sobre algún recuerdo reciente o empresa futura, desatendiendo cualquier suceso de mi entorno circundante. En algún punto del recorrido, el reproductor MP4 que amablemente me vendió mi compañero y colega Jose Medina agotó sus reservas de energía dejándome sin divertimento melódico (hecho profético según mi compadre y amigo del alma Camilo Nuñez) y con un mal sabor de boca ante las limitadas posibilidades de distracción que posee un pasajero del servicio público de nuestra (y digo “nuestra” no sin sentir un estremecimiento en lo más profundo de mi pueblerino ser) urbe capitalina.

En ese momento fui consciente de que la buseta iba bastante llena y muchas personas se apretujaban de pie, semi-erguidos, con expresiones hurañas o cansadas en sus rostros, y el olor característico del organismo humano al final del día, como si de un camionado de Neandertales se tratase. Ante lo anacrónico de esta visión, decidí posar la mirada en mi compañero de viaje, de quién provenían unos particulares sonidos que logré percibir al momento, ya mis oídos privados de las estridentes notas de KISS. Se trataba del característico repiquetear del pasajero que, en brazos de Morfeo, bambolea su cabeza contra el vidrio de la buseta, sin sentir mayor molestia por lo anestesiado de su condición de explorador de los mundos oníricos. Este cuadro me causo gracia y trajo algo de distracción a mi deprimente viaje. Sin embargo tras algunos segundos de golpes secos y expresión inmutable, el sujeto perdió su atractivo y volví a mis meditaciones con la vista al frente, lo que se mantuvo por no se cuanto tiempo.

Mi escasa habilidad para calcular distancias me indica que unos cuantos kilómetros antes del aeropuerto, el durmiente individuo se abalanzó perezosamente sobre mi hombro tras un movimiento brusco del conductor. Con sorpresa y disgusto, traté de empujar el robusto tipejo hacía una posición más decorosa. Intenté esto en varias oportunidades sin mayor resultado, por lo que opté por tratar de despertar al descuidado parroquiano para que acomodase su adormilada humanidad. Maquinalmente lo sacudí un par de veces, pero cuál sería mi sorpresa cuando note que el señor se encontraba frío y sus miembros rígidos. El impacto fue grande durante unos eternos segundos en los que no atiné a hacer ni decir nada y apenas si contemplé la idea de lo que sabía ya en mi subconsciente, había pasado con el anónimo viajero.

Posterior a esto, trate de alertar a los otros pasajeros, diciendo sandeces como , “perdón, al señor le pasa algo, me ayudan por favor!!” mientras trataba de apartar aún con mas afán el tipo que al parecer había encontrado una cómoda almohada en mi anguloso hombro. La providencia, el destino o la casualidad quiso que de pie y observando desde hacía un rato la curiosa situación, se encontrara una mujer que portaba un uniforme que a mi se me antojó quirúrgico y la identificaba como estudiante de alguna rama afín a la salud. Posteriormente mi amigo Nuñez recalcó que podría perfectamente haberse tratado de una estudiante de odontología, ortodoncia o similares, difícilmente capacitada para proporcionar un dictamen médico adecuado, pero supongo que nunca lo sabré.

La fémina se aproximó al occiso en medio del silencio expectante del público presente que para entonces se componía de todos aquellos que ocupaban los puestos de la buseta y un par de personas de pie. La presunta odontóloga le tomó el pulso, le levantó un parpado, le toco el cuello y puso su oído sobre el pecho del finado en lo que supongo fue un esfuerzo vano por escuchar algún latido. Luego dijo con una resolución propía de quién escribe una ley sobre piedra “No… el señor falleció, Jum (contracción sonora irreproducible a través del medio escrito) pero quién sabe desde hace cuanto”, a lo que sucedió el casi inmediato berrido de una señora en la parte frontal del bus y un generalizado “ oh” del resto de los pasajeros.

Los minutos subsiguientes no fueron el show hollywoodense que yo me hubiese esperado, todo sucedió muy rápido: lejos de retenerme y hacerme la prueba del guantelete de parafina, torturarme con una manguera de alta presión de los bomberos para que confesara mi horrible crimen o verme sometido a un interrogatorio tipo policía bueno, policía malo, lo único que sucedió fue que, con una expresión meditabunda, el engalletado conductor nos solicitó bajarnos de la buseta y nos hizo esperar algunos minutos por la siguiente, en la que hicimos el trasbordo y que finalmente me llevó cerca de mi respectivo hogar. No logré observar ningún perito, no alcancé a ver la archifamosa cinta amarilla de la policía, no se si hicieron un croquis alrededor de la silla ocupada por el difunto, o que tanto pudieron haber interrogado a la presunta odontóloga quién junto con el chofer, se quedó a esperar supongo la policía o quién sea que tome responsabilidad en casos tan irregulares como este.

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Espero por el bien de la familia de nuestro anónimo amigo que el diagnostico de la enfermera/odontóloga estuviese errado, que nuestro personaje sufriera de narcolepsia, epilepsia o cualquier trastorno similar al del caballero de Rauzán. Una buena señal es que hasta donde yo se, ninguno de los diarios amarillistas locales o nacionales, reportó el caso, por otro lado en una ciudad tan grande y con tanta gente es difícil que estas cosas salgan a la luz.

Y usted querido lector, se ha preguntado alguna vez…como le gustaría morir?




Mientras reflexiona al respecto, si es usted de aquellos a quienes no le inquieta contemplar tales posibilidades, le recomiendo por propia experiencia, que la próxima vez que vea a alguien dormido al lado suyo en la buseta, lo sacuda… si la persona despierta molesta tras dar un suspiro de alivio dígale “lo siento, era solo para verificar que seguía con vida”.

Muchas gracias,

DIEGO CÁRDENAS

2 comentarios:

  1. Publicado originalmente en FACEBOOK el Viernes, 3 de abril de 2009 a la(s) 1:05

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  2. Genial, gracioso y un poco cruel, jajaja. Que será se la vida ( o muerte) de aquel mansito, ah?...

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