martes, 24 de enero de 2012

CRÓNICA DE UNA TRAGEDIA ARRÍTMICA (PRIMERA PARTE) , por Diego Cárdenas



CRÓNICA DE UNA TRAGEDIA ARRÍTMICA (PRIMERA PARTE) , por Diego Cárdenas



Aceptémoslo, la vida del ser humano promedio se encuentra plagada de insatisfacciones, frustraciones y proyectos sin realizar, de derrotas estrepitosas y triunfos agridulces. Para Bonaparte fue Waterloo, Para Xerxes las termópilas, para el coyote el correcaminos…así también para un puñado de desafortunados en los que se incluye este servidor, no hay Némesis mas implacable ni batalla mas perdida que aquella que libramos en contra del baile.

Sí, les hablo de la danza, aquel macabro componente del contrato social de nuestros pueblos latinoamericanos que se escribe en letra menuda y de cuyas cláusulas punitivas no nos percatamos hasta que es ya muy tarde. Digo tarde, porque es en los albores de su adolescencia cuando el arrítmico congénito toma consciencia de la triste realidad de su condición. Ah de aquellos tiempos gloriosos en los que durante primeras comuniones y cumpleaños de vecinos o familiares las destrezas motrices requeridas se reducían a precipitarse como ave de presa entre chucherías de piñata y poner miembros en el lugar indicado de un acartonado semoviente, aún cuando ni para eso tuviese el afectado mayor habilidad.

Progresiva y casi imperceptiblemente, las demandas sociales se hacen mas severas; pasando por la danza monótona alrededor de un número impar de sillas al son de un ídolo musical paterno, el baile con la bomba en el vientre/pecho/frente y llegando al pseudo-erótico “revienta el globo usando tus posaderas en mis piernas”, el afligido arrítmico empieza a notar que en definitiva, algo no anda bien con su desarrollo kinestésico. La intangible cortina de hierro que separaba al público femenino del masculino durante las francachelas infantiles empieza de descorrerse y el arrítmico observa comportamientos en sus pares que están más allá de su comprensión.

Bien sea si se mira a aquel sujeto que con una sonrisa dibujada en el rostro se acerca a una sonrojada pre-dolescente contoneando sus caderas al ritmo de un merengue y en un acuerdo tácito la lleva a la pista sin que entre ellos medie palabra alguna , el que empieza a aplaudir y exclamar a viva voz “ue ue ue” mientras suelta a su pareja para bailar solo frente a ella (dejando perplejo de esta manera al arrítmico observador quién no comprende la funcionalidad de un baile individual en pareja), el que sacude sus hombros cuál Celia Cruz durante la archi-reconocidísima “apágame la vela …MARÍA” (lo pongo en mayúsculas pues es a la mención del nombre María que la pareja agita sus hombros en perfecta sincronía) entre otros curiosas conductas, es evidente que el sistema de valores y la relación de poderes de la fauna pre-púber ha alcanzado en este momento un punto sin retorno: el que se le considere apto o no para el intercambio de ósculos y en edades posteriores, para el tan anhelado ritual de apareamiento, dependerá en gran medida de su desempeño en la pista. En este orden de ideas, es claro que el arrítmico se encuentra en franca desventaja frente a sus congéneres.

Es probable, que la dolorosa condición del sujeto afectado pase desapercibida durante las primeras reuniones sociales, sin embargo, es en la súbita oleada de juergas que surge al momento en que las múltiples damitas empiezan a alcanzar sus 15 primaveras simultáneamente, cuando la situación se hace inocultable y los padecimientos de la victima lo convierten en un paria limitándolo a funciones tales como:

-Cuidar bolsos, chaquetas, comida y demás pertenencias de quienes si están plenamente capacitados para llevar a cabo sus responsabilidades en la pista.

-Ir a comprar el divertimento etílico.

-Cuidar y cargar el divertimento etílico.

-Servir y racionar el divertimento etílico.

-Departir con la niña poco agraciada que sin compartir su condición a-motriz, por motivos que no discutiremos en este escrito, se encuentra también relegada en un rincón mientras mueve su pie al son de la música o en el peor de los casos, baila en la silla.

-Departir con las familiares de la dueña de la fiesta que cada tres minutos lo instan a que vaya a bailar con “las niñas de su edad”, que no sea “charro”, “zanahorio” y que no este por ahí como “cuzumbo solo (desconozco la ortografía adecuada de la palabra cuzumbo, así que ruego disculpas de ante-mano ante cualquier error)”, o en el peor de los casos se ofrecen ellas mismas ( las victimarias mas frecuentes son tías solteronas, esposas insatisfechas o viudas alegronas).

-Tomar fotos a desconocidos.

-Lo que es mas triste, aparecer en fotos de desconocidos.

-Hacer nudos de corbata.

-Ayudar a correr el columpio de la quinceañera, bafles, mesas o cualquier otro objeto.

-Separar a los amigos que gracias a romances surgidos en la pista, se enzarzan en riñas pasionales. El arrítmico por supuesto, no tendrá nunca este tipo de inconvenientes.

-Contar las baldosas, las personas que vienen vestidas de un mismo color, los arreglos florarles o cualquier otra actividad que lo distraiga y contribuya a matar el tiempo.

-Lidiar con borrachos.

-Generalmente y en virtud de su status de guardián del trago, emborracharse y que lidien con él, para volverse la comidilla en clase el lunes siguiente. Esta demostrado que al menos en el sujeto arrítmico, a menor tiempo bailado mayor consumo de alcohol.

Así pues, a partir de este estadio de su crecimiento, el arrítmico entrará en un ciclo ininterrumpido de desazones de distinta índole relacionadas con el baile, en detrimento de su integridad física, social y afectiva.

En el próximo segmento veremos las situaciones incomodas que se presentan cuando el arrítmico insiste en aventurarse a la pista, las excusas más frecuentes y absurdas que recibe y los eventos que cubren la época de arritmia 

1 comentario:

  1. Publicado originalmente en FACEBOOK el Domingo, 1 de marzo de 2009 a la(s) 16:04

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