YO SOY TU PADRE
Por Diego Cárdenas
Hoy
te vi por primera vez. Nunca pensé que aquello de que un aparecido le
escarbara la entrepierna a tu mamita pudiera llegar a traerme tanta
felicidad. Entre una mar de gris, negro y blanco, el monitor me mostró
tu primera imagen. Según el doctor, apenas tienes 5 semanas.Aún no se
nota ninguna forma familiar y todavía nos tardaremos otro par de semanas
en percibir el latido de tu corazón. Eres un frijolito.
En
ese momento no pude evitar recordar un experimento que generalmente me
asignaban cada par de años en la escuela primaria, cuando era niño. El
asunto consistía en tomar un frasco vacío de mermelada, llenarlo con
agua y ponerle encima un trozo de algodón sobre el que se depositaba un
fríjol. Día tras día, era necesario tomar apuntes de los cambios
sufridos por el fríjol en una especie de bitácora. La espera era
insoportable y me impacientaba a montones pues cada día me acercaba y
los cambios que notaba eran ínfimos. Pero de repente un día el granito
empezaba a germinar sin detenerse y entonces me maravillaba de cómo algo
tan pequeño pudiera contener cosa tan magnífica en su interior.
Eso
espero para ti. Con la misma impaciencia desbordada, deseo que crezcas,
que prosperes y te fortalezcas. Que reboses de salud y cada día tu
presencia se note más. Que ese frijolito se convierta en el maravilloso
ser que esperamos con ansias. Porque el doctor se equivoca.Puede que
estés hace cinco semanas en este mundo, pero has vivido por años en
nuestras mentes y corazones, en las historias que aún no termino de
contar, en las esperanzas y sueños de dos familias y los anhelos de un
sinnúmero de amigos. Has vivido tanto que tienes nombres propios hace
mucho.
Habrá quienes afirmen que no merezco tanta
felicidad y no puedo estar más de acuerdo. Una bendición tan grande como
tu es indigna de cualquier hombre. Y te voy a contar un secreto de
adulto:nunca nadie está preparado para ser papá. Creo que a veces los
niños buscan refugio en nosotros para mitigar su miedo sin sospechar que
a lo mejor estamos más asustados que ellos mismos. Hay tantas
eventualidades que se escapan de nuestro control, tantas preguntas que
no podemos resolver, un mundo que asusta tanto ahí fuera… ¿Pero sabes
qué? Estamos dispuestos a hacer nuestro mejor esfuerzo para ser los
mejores padres que podamos. Porque no vas a nacer en una familia con
mucho dinero, ni con fama o influencia. Tus papás van a ser unos ñoños
incorregibles, llenos de defectos y manías. Ni siquiera te prometemos
que vayas a ser bonito, con el material genético de papá solo espero
por tu bien que la belleza de mamita prevalezca. Lo único que podemos
ofrecerte es la promesa de amarte hasta el fin de nuestros días y el
compromiso de tratar de entregarte siempre lo mejor.
A
mi mente viene la ilusión de tantos momentos futuros que queremos
compartir contigo: tus cumpleaños, tus halloween , tus navidades, tu
primer día de colegio, los cuentos para leerte antes de dormir…pero
también me asaltan las preocupaciones de los retos y las
responsabilidades que entraña la paternidad. Solo digo que si puedo ser
la mitad de buen padre que tu abuelo Enrique, me daré por bien servido.
Ojalá la vida me dé la oportunidad de leerte esto en
un futuro, cuando seas algo mayorcito y puedas entender un poco mejor la
ilusión que albergaba al escribirlo y juzgar tu mismo que tan bien lo
hemos hecho hasta el momento. A lo mejor te sonrojes y lo encuentres
cursi o vergonzoso de escuchar, como nos pasa a todos en algún momento
de nuestra temprana juventud.
Aún si es el caso, solo
quiero que sepas que, incluso antes de nacer, estoy convencido de que
eres el mejor regalo que haya podido recibir y que trataré de trabajar
cada día, por hacerme merecedor del privilegio de tenerte en mi vida.
Te esperamos con los brazos ( y las piernas) abiertos.
****
Nos enteramos de tu presencia el día del cumpleaños de mamita.
Lo confirmamos un día antes del día del padre.
Pero esperamos poder amarte cada día del resto de nuestras vidas.
"Todo
lo que tengo, lo que he aprendido, mis sentimientos. Todo eso y más
pasarán a ti, hijo mío. Seré tu compañero todos los días de tu vida,
harás de mi fuerza la tuya, verás mi vida a través de tus ojos y yo la
tuya a través de los míos.El hijo se convertirá en padre, y el padre...
en hijo"
Bogotá, Junio 15 de 2013
Espacio virtual dedicado a evacuar el torrente fecal de ideas furtivas que nos surgen en el trono de porcelana. Otrora localizados en facebook, puede ahora encontrar nuestras pretenciosas ventosidades literarias antiguas y mas recientes en el presente Blog. Léanos, critíquenos, coméntenos o si a bien lo tiene, haga con nuestros escritos lo que suele hacerse en una letrina. Por obvias razones, acá no sufrimos del síndrome de “la hoja en blanco”.
martes, 18 de junio de 2013
jueves, 6 de junio de 2013
FESTÍN DE RATAS
FESTÍN DE RATAS
Por Diego Cárdenas
Esta tarde me dirigía al trabajo un poco apesadumbrado pues no iba a poder asistir al evento de investigación en enseñanza del inglés programado para el día de hoy. Precisamente me agendaron una capacitación en gestión pública toda la tarde y no iba a poder estar cuando la actividad diera comienzo. Este evento,planeado cuidadosamente por más de un año, incluía en su agenda las presentaciones de varios ponentes nacionales de las más altas calidades, los resultados de diversas e importantes indagaciones en el campo de la didáctica,pedagogía y áreas afines y la visita de un buen número de estudiantes de otras ciudades que , comprometidos con su carrera y conscientes de su responsabilidad para con la profesión, se tomaron la molestia de sufrir largos y agotadores viajes solo para compartir con nosotros.
Prometía ser un excelente evento…pero todo cambió cuando la nación de los mamertos atacó.
La capacitación a la que asistía tuvo que ser cancelada cuando la detonación de las famosas papas –bombas se hizo demasiado persistente para continuar. Al salir del recinto en que me encontraba vi como un enjambre de mamertos (me resisto a usar el término manada o jauría: me parece demasiado digno para denominar a estos sub humanos)empezó a aparecer como por generación espontanea frente a la oficina de registro. Como insectos que salen bajo las piedras empezaron a congregarse y mientras lanzaban sus arengas ininteligibles, se dieron a la tarea de voltear los botes de basura regando desperdicios por todos lados. No me cabe duda que más de uno de estos personajillos estuvo ayer en la marcha carnaval por la vida y el cuidado de la naturaleza (guiño guiño).
Si algo debo reconocerles, es el compromiso con “la causa”. Todos y cada uno de ellos portaba un overol de trabajo, un pasamontañas o una camiseta alrededor de la cabeza, guantes y algunos usaban gafas oscuras. Bajo toda esa ridícula y matachinesca indumentaria, sendos bultos que se podían adivinar claramente como morrales deformaban su anatomía de por si contrahecha. No meatrevo a afirmar que contenían dichos bolsos pero solo puedo presumir quese trataba de tubérculos explosivos. Con el calor de los mil demonios que estaba haciendo esta tarde, tiene que estar uno muy comprometido con “la causa” para someterse a la chucha crónica que debe producir dicho atavío.
Siendo egresado de universidad pública, el asunto no me pareció demasiado preocupante y simplemente me dirigí al auditorio de la música, lugar donde se supone tendría lugar el evento. Durante mi recorrido, observé como varios capuchos vaciaban más canecas de basura y las llenaban de piedras, ladrillos y demás objetos contundentes. Del mismo modo a punta de gritos y consignas desalojaban de los salones a los pocos docentes lo suficientemente audaces como para no haberse retirado ya.
Cuando llegué al auditorio me di cuenta que la entrada principal estaba cerrada. Tuve que dar toda la vuelta para buscar la entrada alternativa que, oh sorpresa, también estaba cerrada. Tras algunos diálogos con el vigilante, logré que se me abriera la reja. Dentro estaban las organizadoras del evento, algunos estudiantes que colaboraban con el protocolo y varios asistentes. Al dialogar con las docentes me enteré que algunos de los expositores no habían podido siquiera entrar al alma mater. Vergüenza de vergüenzas: los estudiantes que venían de lejos no habían podido ingresar al recinto y se encontraban en ese momento deambulando sin mayor rumbo, conociendo lo más selecto de las actividades y discursos de la fauna mamerta local.
¿Qué hacer con la conferencia? ¿Cancelarla? ¿Aplazarla? ¿Trasladar su locación? Nos encontrábamos discutiendo esto cuando un grupo de alepruces se acercó a la reja de la entrada. Es hasta jocoso como estos malandrines tratan de alterar su voz para evitar toda posibilidad de identificación. Esta es una técnica tan efectiva y madura como la del párvulo que le pone un pañuelo a la bocina del teléfono para hacer una pega. En este remedo de barítono uno de los canallas empezó a lanzar improperios contra el sistema, la persecución del estado y los cómplices del imperio (Creo que no se refería a la federación de comercio de star wars sino a todos nosotros, herejes y arrodillados de los gringos que hemos optado por aprender el inglés como una segunda lengua) mientras miraba fijamente a los presentes, especialmente a una de las profesoras que se encuentra en este momento en su séptimo mesde embarazo.
Wow. Que poder. Que orgullo. Estos son los adalides de la justicia social cuyo mayor talento consiste en intimidar a mujeres embarazadas y académicos indefensos.
En medio de su discurso de tres pesos, otros encapuchados empezaron a destruir algunas de las cámaras aledañas. Luego ingresaron por la fuerza al cuarto de al lado, donde se aloja el centro de control del circuito cerrado,sacaron uno de los monitores y tras estrellarlo violentamente contra el piso le propinaron un golpe de gracia con un tubo. Luego de este acto heroico el sujeto profirió un grito que creí entender como : “El sistema no tiene derecho a controlarnos y vulnerar nuestra privacidad” , pero no estoy seguro, la verdad con esa capucha y esa vocecita ridícula me habría sido más fácil entenderle a algo a Sylvester Stallone en estado de ebriedad y con la lengua dormida.
Los vigilantes nos transmitieron la penosa noticia de que, por seguridad, era necesario evacuar. Dado que según informaciones obtenidas por comunicación celular, los gamberros ya se encontraban causando disturbios de magnánimas proporciones en la entrada principal, nos dirigimos hacia el sector de “LaMaría” , que es la salida alternativa de la U. En el camino vimos como variosde estos disolutos se oponían vehemente a que una larga fila de automóviles saliera y les gritaban improperios mientras golpeaban salvajemente los capós de los mismos.
En un acto de redomada bravura, dos mamertos hurtaron el tractorcito que se utiliza normalmente para llevar documentos de una dependencia a otra o para sacar la basura, y tras lo que pareció una eternidad ( no creo que el automotor desarrolle más de 40 Km por hora a su máxima capacidad) lo atravesaron en el paso de los vehículos. De mi parte no he visto algo más risible y falto de clase en la vida. Atrás quedaron las icónicas imágenes del capucho a punto de lanzarle una roca a un tanque, o de aquel avezado manifestante que se pone en el camino de uno de estos monstruos blindados, no…acá en el Tolima se monta en mini tractor (porque ni pa carrito de golf alcanza) y se le obstruye el paso a los civiles.
Pero aún faltaba la cereza del postre. Luego de un rato tres de los encapuchados se dirigieron subrepticiamente a la cafetería de la maría…bueno,tan subrepticiamente como tres atuendos brillantes y llamativos lo permitirían.Ante el ojo atónito de todos los que estábamos mirando desde el edificio opuesto ( bloque 33) , estos canallas procedieron a forzar la puerta de entrada ingresando violentamente al recinto. Los que compramos a diario en dicha tiendita, escuchamos el timbre inequívoco que se produce cuando la caja registradora se abre. Es algo vieja y en ocasiones es menester forzarla un poco para que entregue el cambio. Sin remordimiento aparente, estas tres ratas se alejaron entre los abucheos generalizados e insultos ganados a pulso por la repugnante acción.
Se necesita no tener madre para robar sin compasión de quienes nos sirven día tras día.
Se necesita ser un despojo subnormal muy bajo para proclamar equidad y justicia social y al tiempo llenarse los bolsillos con el resultado del trabajo de alguien más, alguien que a lo mejor posea su mismo o más bajo estrato social y que finalmente va a tener que responder por ese dinero.
Me quedo corto en adjetivos y metáforas para describir el asco y la lástima que me producen esta acción y sus autores.
Minutos después, los hampones cuya nueva función era cuidar la puertade atrás, hicieron llamar a la dependiente de la cafetería que corrió hacia allí con un rostro de desgarradora esperanza. Los sujetos tuvieron la desfachatez de devolverle cuatro mil pesos. Ante la airada reacción de los presentes,estos guiñapos adujeron que solamente tenían sed y por ende habían entrado a “tomar prestadas” un par de gaseosas. Ante los abucheos y críticas de los espectadores, su corazón se conmovió….y entregaron otros ocho mil pesos. No estuvo tan mal. De un producido de cerca de trescientos mil pesos se recuperaron doce mil.
Finalmente nos retiramos de la universidad. Por imágenes que he visto en un par de medios de comunicación, creo que estando en la U no me enteré ni de la mitad de los excesos y absurdos que cometieron estas rémoras en nombre de la libertad y la justicia social. No me malentiendan, estoy tan insatisfecho con muchas iniciativas gubernamentales como cualquiera que tenga medio dedo de frente y no cabe duda que el país requiere una transformación social profunda. Pero ante acciones tan absurdas y flagrantemente vandálicas no puedo más que sentir repugnancia y profundo rechazo.
El evento tuvo que ser recortado, aplazado y trasladado. No imagino cuantos traumatismos similares pudo haber causado esta ignominia.
Para terminar, solo espero que disfruten el dinero que hurtaron de manera tan descarada y que luego de adquirir con el estupefacientes, boinas y camisetas del Che les alcance para comprarse una decencia, un cerebro y una madre.
Muchas gracias,
Por Diego Cárdenas
Esta tarde me dirigía al trabajo un poco apesadumbrado pues no iba a poder asistir al evento de investigación en enseñanza del inglés programado para el día de hoy. Precisamente me agendaron una capacitación en gestión pública toda la tarde y no iba a poder estar cuando la actividad diera comienzo. Este evento,planeado cuidadosamente por más de un año, incluía en su agenda las presentaciones de varios ponentes nacionales de las más altas calidades, los resultados de diversas e importantes indagaciones en el campo de la didáctica,pedagogía y áreas afines y la visita de un buen número de estudiantes de otras ciudades que , comprometidos con su carrera y conscientes de su responsabilidad para con la profesión, se tomaron la molestia de sufrir largos y agotadores viajes solo para compartir con nosotros.
Prometía ser un excelente evento…pero todo cambió cuando la nación de los mamertos atacó.
La capacitación a la que asistía tuvo que ser cancelada cuando la detonación de las famosas papas –bombas se hizo demasiado persistente para continuar. Al salir del recinto en que me encontraba vi como un enjambre de mamertos (me resisto a usar el término manada o jauría: me parece demasiado digno para denominar a estos sub humanos)empezó a aparecer como por generación espontanea frente a la oficina de registro. Como insectos que salen bajo las piedras empezaron a congregarse y mientras lanzaban sus arengas ininteligibles, se dieron a la tarea de voltear los botes de basura regando desperdicios por todos lados. No me cabe duda que más de uno de estos personajillos estuvo ayer en la marcha carnaval por la vida y el cuidado de la naturaleza (guiño guiño).
Si algo debo reconocerles, es el compromiso con “la causa”. Todos y cada uno de ellos portaba un overol de trabajo, un pasamontañas o una camiseta alrededor de la cabeza, guantes y algunos usaban gafas oscuras. Bajo toda esa ridícula y matachinesca indumentaria, sendos bultos que se podían adivinar claramente como morrales deformaban su anatomía de por si contrahecha. No meatrevo a afirmar que contenían dichos bolsos pero solo puedo presumir quese trataba de tubérculos explosivos. Con el calor de los mil demonios que estaba haciendo esta tarde, tiene que estar uno muy comprometido con “la causa” para someterse a la chucha crónica que debe producir dicho atavío.
Siendo egresado de universidad pública, el asunto no me pareció demasiado preocupante y simplemente me dirigí al auditorio de la música, lugar donde se supone tendría lugar el evento. Durante mi recorrido, observé como varios capuchos vaciaban más canecas de basura y las llenaban de piedras, ladrillos y demás objetos contundentes. Del mismo modo a punta de gritos y consignas desalojaban de los salones a los pocos docentes lo suficientemente audaces como para no haberse retirado ya.
Cuando llegué al auditorio me di cuenta que la entrada principal estaba cerrada. Tuve que dar toda la vuelta para buscar la entrada alternativa que, oh sorpresa, también estaba cerrada. Tras algunos diálogos con el vigilante, logré que se me abriera la reja. Dentro estaban las organizadoras del evento, algunos estudiantes que colaboraban con el protocolo y varios asistentes. Al dialogar con las docentes me enteré que algunos de los expositores no habían podido siquiera entrar al alma mater. Vergüenza de vergüenzas: los estudiantes que venían de lejos no habían podido ingresar al recinto y se encontraban en ese momento deambulando sin mayor rumbo, conociendo lo más selecto de las actividades y discursos de la fauna mamerta local.
¿Qué hacer con la conferencia? ¿Cancelarla? ¿Aplazarla? ¿Trasladar su locación? Nos encontrábamos discutiendo esto cuando un grupo de alepruces se acercó a la reja de la entrada. Es hasta jocoso como estos malandrines tratan de alterar su voz para evitar toda posibilidad de identificación. Esta es una técnica tan efectiva y madura como la del párvulo que le pone un pañuelo a la bocina del teléfono para hacer una pega. En este remedo de barítono uno de los canallas empezó a lanzar improperios contra el sistema, la persecución del estado y los cómplices del imperio (Creo que no se refería a la federación de comercio de star wars sino a todos nosotros, herejes y arrodillados de los gringos que hemos optado por aprender el inglés como una segunda lengua) mientras miraba fijamente a los presentes, especialmente a una de las profesoras que se encuentra en este momento en su séptimo mesde embarazo.
Wow. Que poder. Que orgullo. Estos son los adalides de la justicia social cuyo mayor talento consiste en intimidar a mujeres embarazadas y académicos indefensos.
En medio de su discurso de tres pesos, otros encapuchados empezaron a destruir algunas de las cámaras aledañas. Luego ingresaron por la fuerza al cuarto de al lado, donde se aloja el centro de control del circuito cerrado,sacaron uno de los monitores y tras estrellarlo violentamente contra el piso le propinaron un golpe de gracia con un tubo. Luego de este acto heroico el sujeto profirió un grito que creí entender como : “El sistema no tiene derecho a controlarnos y vulnerar nuestra privacidad” , pero no estoy seguro, la verdad con esa capucha y esa vocecita ridícula me habría sido más fácil entenderle a algo a Sylvester Stallone en estado de ebriedad y con la lengua dormida.
Los vigilantes nos transmitieron la penosa noticia de que, por seguridad, era necesario evacuar. Dado que según informaciones obtenidas por comunicación celular, los gamberros ya se encontraban causando disturbios de magnánimas proporciones en la entrada principal, nos dirigimos hacia el sector de “LaMaría” , que es la salida alternativa de la U. En el camino vimos como variosde estos disolutos se oponían vehemente a que una larga fila de automóviles saliera y les gritaban improperios mientras golpeaban salvajemente los capós de los mismos.
En un acto de redomada bravura, dos mamertos hurtaron el tractorcito que se utiliza normalmente para llevar documentos de una dependencia a otra o para sacar la basura, y tras lo que pareció una eternidad ( no creo que el automotor desarrolle más de 40 Km por hora a su máxima capacidad) lo atravesaron en el paso de los vehículos. De mi parte no he visto algo más risible y falto de clase en la vida. Atrás quedaron las icónicas imágenes del capucho a punto de lanzarle una roca a un tanque, o de aquel avezado manifestante que se pone en el camino de uno de estos monstruos blindados, no…acá en el Tolima se monta en mini tractor (porque ni pa carrito de golf alcanza) y se le obstruye el paso a los civiles.
Pero aún faltaba la cereza del postre. Luego de un rato tres de los encapuchados se dirigieron subrepticiamente a la cafetería de la maría…bueno,tan subrepticiamente como tres atuendos brillantes y llamativos lo permitirían.Ante el ojo atónito de todos los que estábamos mirando desde el edificio opuesto ( bloque 33) , estos canallas procedieron a forzar la puerta de entrada ingresando violentamente al recinto. Los que compramos a diario en dicha tiendita, escuchamos el timbre inequívoco que se produce cuando la caja registradora se abre. Es algo vieja y en ocasiones es menester forzarla un poco para que entregue el cambio. Sin remordimiento aparente, estas tres ratas se alejaron entre los abucheos generalizados e insultos ganados a pulso por la repugnante acción.
Se necesita no tener madre para robar sin compasión de quienes nos sirven día tras día.
Se necesita ser un despojo subnormal muy bajo para proclamar equidad y justicia social y al tiempo llenarse los bolsillos con el resultado del trabajo de alguien más, alguien que a lo mejor posea su mismo o más bajo estrato social y que finalmente va a tener que responder por ese dinero.
Me quedo corto en adjetivos y metáforas para describir el asco y la lástima que me producen esta acción y sus autores.
Minutos después, los hampones cuya nueva función era cuidar la puertade atrás, hicieron llamar a la dependiente de la cafetería que corrió hacia allí con un rostro de desgarradora esperanza. Los sujetos tuvieron la desfachatez de devolverle cuatro mil pesos. Ante la airada reacción de los presentes,estos guiñapos adujeron que solamente tenían sed y por ende habían entrado a “tomar prestadas” un par de gaseosas. Ante los abucheos y críticas de los espectadores, su corazón se conmovió….y entregaron otros ocho mil pesos. No estuvo tan mal. De un producido de cerca de trescientos mil pesos se recuperaron doce mil.
Finalmente nos retiramos de la universidad. Por imágenes que he visto en un par de medios de comunicación, creo que estando en la U no me enteré ni de la mitad de los excesos y absurdos que cometieron estas rémoras en nombre de la libertad y la justicia social. No me malentiendan, estoy tan insatisfecho con muchas iniciativas gubernamentales como cualquiera que tenga medio dedo de frente y no cabe duda que el país requiere una transformación social profunda. Pero ante acciones tan absurdas y flagrantemente vandálicas no puedo más que sentir repugnancia y profundo rechazo.
El evento tuvo que ser recortado, aplazado y trasladado. No imagino cuantos traumatismos similares pudo haber causado esta ignominia.
Para terminar, solo espero que disfruten el dinero que hurtaron de manera tan descarada y que luego de adquirir con el estupefacientes, boinas y camisetas del Che les alcance para comprarse una decencia, un cerebro y una madre.
Muchas gracias,
jueves, 30 de mayo de 2013
SUICIDIO S.A., CAPITULO 6, IRBY
CAPITULO 6
IRBY
Si recordar es vivir,
sin duda olvidar es morir un poco. Morir debería ser entonces una
bendición para el suicida. Pero existen aún algunos que, como yo, deciden escupir
en la cara de la providencia y tratan de hurgar sin consideración entre los
remanentes del pasado. La habitación era
minúscula, no más que un cuarto de “san alejo” reservado para los cachivaches y
desechos de una época que hubiese querido ser dorada. Cajas enmohecidas y ruinosas se apilaban
hasta el techo, conformando una triste
despensa de promesas aplazadas. Mis
archivos incompletos eran guardados con celo por mi madre, si no por el
talento en ellos contenido cuando menos
por nostalgia de lo que pudo haber sido.
Beata hasta la médula, nunca estuvo muy de acuerdo con
las temáticas truculentas y siniestras que a menudo poblaban mis escritos,
achacando mi obsesión por lo oculto a la temprana muerte de mi padre en un
accidente de tránsito. No obstante ese terco orgullo de madre que no abandona
ni a la progenitora del peor reo la obligaba a presumir de su hijo “escritor”
siempre que podía.
En retrospectiva, se puede decir que mamá me dio vida dos
veces. La primera en mi nacimiento y la
segunda, gracias a los registros de mi trabajo que meticulosamente guardó y sin
los cuales mi existencia espectral habría estado desprovista de memorias. Aún
no se si deba agradecerle o reclamarle.
Sumergido en el mar de mis proyectos inconclusos leía con
avidez las más recientes entradas de mi diario. Sin duda era menester alejarme
por un rato de “La Antorcha” después del
fiasco de mi plan. Cualquiera que haya sido la protección
emplazada en la puerta escondida de la oficina de Don Orlando, era claro que
estaba diseñada para ahuyentar fantasmas causando el mayor daño posible. Doña Adela, Kiara y yo aún no nos reponíamos del
episodio. Flotábamos tenues, a la deriva y sin energía para siquiera
manifestarnos a voluntad. Por días deambulamos con la fatídica apariencia que
teníamos el día de nuestra muerte: la mucama con su soga al cuello, la artista desangrándose
por las muñecas y el escritor frustrado
con un balazo en la sien. Un trío funesto incluso a vista de nuestros pares,
que tuvieron que esperar cerca de una semana para poder obtener una explicación
muy poco satisfactoria de los sucesos acontecidos. Curiosamente, solo Max parecía no haber sido afectado por el
incidente y además de una visible e infructuosa preocupación por tratar de
cuidar de nuestra “salud”, su apariencia y comportamiento permanecían invariables.
Nuestra condición mejoró un poco con el tiempo pero el
ambiente se tornó más tenso. Recriminaciones y culpas llovieron sobre mí. Doña
Adela apenas saludaba por forzada urbanidad y Kiara decidió no dirigirme la
palabra en respuesta a lo que llamó “un plan estúpido, infantil y egoísta que
no logró más que hacernos correr riesgos innecesarios para satisfacer mi
curiosidad”. Un temor amorfo las invadía y solo a través de sus reclamos podían
de alguna manera justificar la fuente desconocida de su inquietud.
Evidentemente la cercanía de EL OLVIDO
las había desencajado por completo pese a no haber sido conscientes de
su presencia. No obstante no me atreví a relatarles todo lo ocurrido para no
acrecentar aún más su terror y confusión. Para colmo, debido al bochornoso
incidente “El Imbécil” había sido echado a patadas de la oficina de Don Orlando
y hacía semanas que ni a él ni a Valeria se les veía por el bar.
Al borde de mi paciencia, decidí hacer una de mis
conocidas excursiones a casa de mamá para adelantarme en el diario. Carlos
estuvo más que presto a ayudarme esta vez.
– ¿Quién iba a
creer que a las mujeres fantasmas les viene la regla eh? Ese par ha estado mas
intolerable que de costumbre últimamente. Lo que sea por salir de aquí –
El transporte estaba listo, pero el músculo que me
ayudaba a abrir el cajón del escritorio, buscar el diario y pasar las páginas
era otra historia.
– Cuando te cumplí el caprichito de salvar el cuadro
del maldito gato ese te dije que te iba a salir caro ¿recuerdas muchacho? –
Preguntó Monseñor con una desagradable
sonrisa.
–Imposible olvidarlo. Todos los días me pregunto si a
lo mejor habría salido más barato venderle mi alma al diablo… ¿Qué es lo que
quiere esta vez? – Pregunté sin poder evitar que la repulsión empezara a
invadirme. Repulsión por el cura…repulsión por mí mismo.
En otras ocasiones Monseñor me había prestado su
invaluable servicio por un repugnante precio. El departamento de mi madre
estaba en el décimo piso de un edificio en el que vivía mucha gente. Viudas
como mamá, solteros, parejas recién de recién casados…familias. El antiguo prelado
había accedido a ayudarme con la condición de que en cada visita, le indicara un
departamento diferente en el que hubiese un niño, varón para más señas. Según
sus exigencias, pasaría las páginas de mi diario durante quince minutos, tarea
que aunque corta lo agotaba visiblemente dada la minucia y precisión
requeridas. También quince minutos, dedicaría luego a “visitar” al niño elegido, “a
solas” de acuerdo a sus términos, es decir, sin mi presencia o la de Carlos.
La primera vez, la idea me pareció inaceptable e inmoral
más allá de toda concepción. Pero luego mi sed de memoria empezó a
justificarme. Quince minutos era muy poco tiempo y luego de lo exhausto que
lucía el anciano tras usar su talento, era muy poco probable que lograra
materializarse lo suficiente para siquiera rozar a alguien. Además si el niño
gritaba o lloraba muy seguramente sus padres acudirían en su ayuda frustrando
cualquier avance del viejo. Terminó de convencerme cuando, en esa primera
ocasión, prometió con un guiño que no tocaría al niño aún si sus capacidades se
lo permitieran. Luego de la primera visita y tras revisar con recelo al chico,
no noté nada anormal. Las siguientes visitas tampoco presentaron ninguna
novedad: los niños continuaban riendo, jugando, observando televisión o
simplemente durmiendo sin trastorno aparente. Poco a poco me fui tranquilizando
y la grotesca exigencia se hizo rutinaria.
No obstante sentía en el fondo que estaba aceptando un
trato perverso. Solo Dios sabía qué nauseabunda necesidad podría estar supliendo
el anciano con los niños y al exponerlos a
sus potenciales vejaciones, aun cuando fueran etéreas, era indudable que yo mismo me estaba
condenando.
–Esta vez quiero hacerle una visita a tu sobrino– Dijo
tajante Monseñor.
Durante muchos años mamá se aferró a la casa donde
había vivido con mi padre y en la que nos criamos mi hermana y yo. Esa misma casa
que eventualmente abandonamos para hacer nuestras vidas. La soledad magnificada por una casa grande y
vacía, pudo más que la nostalgia y luego de un par de años de nuestra partida,
mamá decidió venderla y mudarse a un departamento más pequeño rodeado de
vecinos que pudiera saludar cortésmente cuando se los topara en el
ascensor. No obstante su mayor desahogo
social estaba constituido por las vacaciones de Daniel, el hijo de mi hermana. Cuando
la escuela terminaba, Daniel solía quedarse un par de meses en el departamento,
engordando como puerco con cada manjar que le embutía mi madre, escuchando con
atención las viejas historias familiares que ella le contaba y pasando horas
enteras observando álbumes de fotos descoloridas y sobre todo, embarazosas.
– Está bien. Las mismas reglas aplican– Respondí sin
pensarlo demasiado.
La propuesta resultó ultrajante a primera vista, pero
como en casos anteriores mi curiosidad y mi falta de conexión con el chico hicieron
su parte. La facilidad con la que a veces me alejaba de toda humanidad y decencia
me sorprendía y aterraba a la vez. ¿Sería este desprendimiento consecuencia de
mi condición fantasmal o había siempre sido un bastardo insensible y egoísta?
Trataba de hallar la respuesta a esta y otras
preguntas entre las páginas de mi diario. A lo largo de mis visitas me había
enterado de parte de mi historia: mi profesión, mis antecedentes, mis manías,
mi historia familiar, el nombre de mis escasos amigos e incluso detalles más
banales como las comidas que disfrutaba o los autores que leía.
A través de mi diario me volví a enamorar de Valeria,
del momento en que nos conocimos y de los cinco años de ires y venires, risas y
lágrimas que describía minuciosamente entre líneas. Es curioso como esa clase
de sentimientos puedan surgir hacia alguien que para todos los efectos
prácticos no es más que un personaje de ficción. En toda su arrolladora belleza
y personalidad Valeria era tan inalcanzable para mí como Julieta o Sherezade. Con
una nueva vida, un amante muerto y otro en ciernes, de poco me servía que ella
fuese real si no podía hablarle o tocarla.
Sin embargo esta nueva visita me había revelado un
nuevo personaje en la historia. En las cerca de siete páginas que había leído
hasta el momento se repetía con persistencia el nombre de IRBY. Más extraño que
el nombre en sí mismo, era el hecho de que en las primeras tres o cuatro
páginas, este aparecía en la parte superior de una tachadura o escrito sobre
manchones de corrector líquido, en un claro intento por ocultar una palabra específica, palabra que de acuerdo
a la sintaxis y organización de las oraciones no podía ser otra cosa que el
nombre real de dicho personaje. En las páginas siguientes, se mencionaba a IRBY
sin tachones o enmendaduras pero cuidándose
en todo momento de no revelar ningún detalle o descripción que pudiera arrojar
luz sobre la identidad de esta persona.
Con la torturante seguridad de haber escuchado ese apelativo
en algún lado, en algún momento pero sin poder precisar dónde o cuando, seguí
leyendo:
“Agosto
2
Me he
topado en un par de ocasiones con IRBY esta semana. Hemos dialogado acerca de
nuestro mutuo interés y la charla fue
muy productiva. El proyecto que le propongo llevar a cabo puede traducirse por
fin en el éxito que tanto he esperado. Creo que con su ayuda es probable que
obtenga alguna notoriedad. La fama no me importa pero escribir con el estómago
vacío es un ejercicio complicado.
Valeria
y yo tuvimos otra pelea. Mi vacío creativo no contribuye a llenar el vacío en
mis bolsillos. El amor y paciencia que siempre le tuvo a mi profesión se agota
de a pocos cada vez que llega un aviso de desahucio bajo la puerta. El problema
no es el dinero, ella nunca fue materialista. Lo que no soporta es que me quede
todo el día en casa cazando musas. Dice que podría estar haciendo otra cosa que
me genere una entrada mínima mientras escribo. ¿Cómo qué? ¿Escribir para
revistas de tiras cómicas? ¿Dar clases de literatura en una escuela con un
montón de monos insufribles? Ni hablar. No sé por qué no puede comprender que
necesito de dedicarme de lleno a lo que amo. Ya pronto me llegará el día.
Agosto
6
En
definitiva la casualidad de haber conocido a IRBY se muestra cada vez más
providencial. Me ha enseñado algunos preliminares y los encuentro muy adecuados.
Creo que podemos lograr grandes cosas juntos.
Una
vez más Valeria piensa salir en la noche. Me quedaré en casa escribiendo. No es
porque esté particularmente inspirado, es solo que no tengo dinero…en realidad
es más que eso. No me gustan sus amigos…no
me gusta uno de sus amigos. “El imbécil” es jactancioso e insoportable. No sé cómo
lo toleran. ¿Tendrá algo que ver con que es exitoso, apuesto e interesante?
Agosto
10
Anoche
trabajé hasta la madrugada con IRBY. Por primera vez, desde que nos conocimos
en el evento, nos desviamos un poco del tren de labores y discutimos acerca de
cosas más mundanas. Además de contar con gran talento parece ser una persona
interesante y amena para charlar pese a las notables diferencias que nos
apartan.
Valeria
está distante e irascible. Me pregunto si se está empezando a desenamorar solo
de mi trabajo o también de mí. Cada vez nos vemos menos, cada vez llama menos. ¿Por qué no puede comprender que
este es un triunfo del que quiero que sea parte? Amo a Valeria pero a veces es
tan difícil…
AGOSTO
15
Aprovechando
el feriado decidí invitar a IRBY a tomarse unos tragos. Contra todo pronóstico
se entendió bastante bien con Valeria. Nos divertimos como hacía mucho no lo
hacíamos, en medio de vino y bromas. Por
fin pude ilustrar a Valeria un poco más frente al proyecto y creo que está más
tranquila e involucrada ahora. Confía un poco más en que estoy teniendo avances
reales. No obstante debo evitar que estas reuniones se den a menudo. Se
entendieron demasiado bien y no tengo interés alguno en que mi pseudo-colega me
quite a mi novia jaja. Amo a Valeria.
AGOSTO
30
Muy
ocupado, sin tiempo para adelantar mucho mi diario. Las cosas con Valeria van
mal. ¿Podría mostrarse un poco más interesada? ¿Algo más cariñosa? Amo a
Valeria.
SEPTIEMBRE
3
Tuvimos
una trifulca por teléfono. Ya ni siquiera discutimos en vivo. Amo a Valeria.
SEPTIEMBRE
13
Valeria
sacó su ropa de mi casa. Así tendré menos distracciones en mi proceso creativo.
Me digo eso una y otra vez para creer que hay algo positivo en la situación.
Amo a Valeria
Pero
no cabe duda de que las cosas se ponen difíciles.
Me fui
de juerga con IRBY. Me dice que Valeria ya volverá. Una relación de tantos años
no se desvanece así como así, me asegura. Bromea con que mientras, debo
disfrutar de mi soltería pasajera. Las chicas del antro al que vamos no están
nada mal. Mis habilidades sociales de por si pobres se entorpecen más aun con una
desconocida sobre las piernas. IRBY se burla a carcajadas con su propia chica
en su regazo. La música estaba muy alta
y no pudimos hablar mucho pero por lo menos me distraje un poco. Es agradable
pasar tiempo con IRBY.
SEPTIEMBRE
27
Dos
semanas de trabajo continuo en casa de IRBY. No hemos avanzado mucho. Nos distraemos.
Amo a Valeria. La extraño. A veces hablamos.
OCTUBRE
6
Un
excelente día con IRBY. Decidimos dejar un poco el trabajo de lado y fuimos a
divertirnos un rato. Le he tomado bastante aprecio. Su compañía ha sido
invaluable en estos días de depresión. Valeria y yo hemos vuelto a vernos. Está
radiante. Se preocupa por mí, me dice que me ve delgado y enfermizo. Hablamos
de nosotros. Quiero creer que aún hay esperanza. Amo a Valeria.
OCTUBRE
17
Pésimo
cumpleaños. Solo y sin dinero. Valeria me hizo una llamada corta y formal para
felicitarme. IRBY apareció en la noche y me trajo un pequeño panqué con una
vela en el centro y un par de botellas de vino barato. Nos embriagamos. No
puede imaginar cuanto le agradezco. Me hizo el día menos miserable. A veces no sé
qué sería de mí sin su oportuna compañía. Amo a Valeria…pero ¿Valeria aún me
amará?
OCTUBRE
26
Amo
a Valeria. ¿Si tanto la amo por qué lo hice? Ahora sé que no hay marcha atrás y
soy una maraña de sentimientos encontrados. Nunca la recuperaré después de esto
si llega a enterarse. Se me ocurren mil excusas para ofrecer a cualquiera que
me pregunte, pero en mi interior sé que es todo mi culpa el haber….
La página terminaba con esa última palabra. Frustrado,
me fue imposible seguir leyendo. Increíble como la simple habilidad de pasar
una hoja me separaba de una revelación que percibía como vital. Estaba considerando ir en busca de Monseñor para tratar de
convencerlo de que diera vuelta por lo menos a una última página cuando la luz
se filtró bajo la puerta y el murmullo de dos voces que conversaban alegremente
me alcanzó.
–Una vez más le agradezco que me permita revisarlo
Doña Martha, usted como siempre tan bella – dijo con una sonrisa cansada
Valeria.
–Esas son bobadas mamita, nosotras somos casi familia.
Además estoy segura que a Dieguito le hubiese gustado que usted lo tuviera. Por
lo menos me alegra saber que no soy la única prendida de estos papeles y que
alguien más los aprecia– Respondió mamá caminando de gancho con ella.
Rebuscando entre los bolsillos de su delantal, sacó un
manojo de llaves y tras seleccionar la indicada abrió la puerta de par en par.
–De caridad le agradezco que entre usted a buscarlo,
ese polvero me mata y ya a esta edad me toca cuidarme– Rogó mamá con una
sonrisa.
Valeria ingresó y haló de la cadenilla para encender
la bombilla. La visión del cajón y el diario abiertos en medio de un cuarto que
llevaba tan largo tiempo cerrado bajo llave, la perturbó visiblemente. Pareció
leer someramente el pasaje expuesto y algo en definitiva captó su atención.
Tomó el libro entre sus manos y lo acercó a la luz para ver mejor. Dobló la página
y tras una fracción de segundo su rostro se puso lívido.
– ¿Si lo encontró mijita? – inquirió mi madre desde
fuera
Cerrando el libro antes de que pudiese ver nada, lo
guardó en su bolso y salió a toda prisa.
– Muchas gracias Doña Martha, yo se lo devuelvo cuando
lo desocupe, me encantó verla– Dijo Valeria besando apresuradamente la mejilla
de mi madre y dirigiéndose hacia la puerta a medio correr.
– ¿Qué le pasó mamita? ¿Por qué está tan pálida? ¿Se
siente mal? ¿Le provoca que le haga una agüita de algo? – Inquirió mamá entre
sorprendida y preocupada.
Valeria descartó sus atenciones cortésmente y sin
detenerse salió del departamento.
Abatido y confuso solo atiné a ir a buscar a Carlos y
a Monseñor para que me sacaran de ese sitio. De ser posible y si contaba con su
colaboración, iría hasta la casa de Valeria para descubrir que sucedía. A
Carlos lo encontré merodeando por los pasillos del edificio. A Monseñor lo
encontré en el cuarto de Daniel. Sin embargo, por primera vez había incumplido
su promesa. Esta vez, lo estaba tocando.
miércoles, 1 de mayo de 2013
SUICIDIO S.A. , CAPITULO 5, ASILO
CAPITULO 5
ASILO
No hay castigo más severo que el olvido. Igual que un
ciego que vaga a tientas por un laberinto, tropezándose con cada resquicio, la
idea daba tumbos en mi mente una y otra vez. No hay castigo más severo
que el olvido, me repetía mientras flotaba en el éter de la subconsciencia. Una
negrura espesa, palpable, lo invadía todo sin prisa, como tinta que
enturbia perezosamente el agua.
Amparado en mis visiones del abismo, hubiese esperado
lamentos, gemidos y arrepentimientos mezclados en una cacofonía de
condenación. Muy a mi pesar, solo el silencio profundo y melancólico me
acompañó durante lo que parecía un eterno descenso. Humano después de todo,
anhelaba cuando menos el mezquino consuelo de saber que otros sufrían el mismo
tormento.
De repente me detuve y mis pies descalzos sintieron el
tacto de un fondo acuoso y frío El brillo intenso de algo sobre mi
cabeza captó mi atención y entonces vi como una lágrima de plata empezó a
precipitarse desde una altura infinita, como una estrella que se desprende casualmente
de la bóveda celeste.El diminuto punto de luz cayó justo frente a mí, causando
un estruendo imposiblemente ensordecedor. De inmediato, ondas
plateadas empezaron a propagarse hasta donde la vista alcanzaba, su resplandor
describiendo círculos perfectos en el pando pero inacabable océano de lobreguez
que me rodeaba. Durante un breve momento tuve el placer de maravillarme ante la
dicotomía de luz y oscuridad que se extendía en toda dirección pero entonces el
miedo aferró su garra firme alrededor de mi garganta.
El OLVIDO emergió lentamente desde el punto exacto
donde hacía unos momentos cayera la extraña luz líquida. Encorvado como
un anciano deforme, su cabeza apuntaba al piso mientras se retorcía
grotescamente entre estertores repentinos. Durante su lento ascenso, la negra
emulsión chorreaba sobre su figura dibujando los pliegues de su túnica y
su capucha hasta hacerse sólida. Pesadas hombreras de obsidiana veteadas de
blanco resplandeciente, unidas entre sí por una fina cadena del mismo color y
coronadas en sus contornos con lo que parecían plumas de cuervo,
reflejaban mi rostro dislocado por el terror. Una vez materializada toda su
indumentaria, la criatura se irguió por completo, alcanzando en su extrema
delgadez cuando menos dos cabezas por encima de la mía.
Sin poderlo evitar levanté la vista para ver su rostro
por segunda vez. Una máscara lacada de blanco hueso se alojaba sobre su cara.
Los pómulos rellenos y la rosada y diminuta boca, fruncida en una expresión
indescifrable pero inquietante me recordaba a las muñecas antiguas con
que jugaba mamá de niña y que siempre encontré siniestras. Una grieta se
extendía desde el costado derecho de su frente, pasando por las cuencas de sus
ojos hasta llegar a la punta de su regordeta nariz.
Lo peor de esa siniestra faz de bebé eran sus ojos.
Dos pozos de oscuridad viva me observaban implacables. Me recordaban mis
pecados. Me enloquecían con la idea de que acaso lo que había tras la máscara
era mucho más vil y que la coraza externa de la criatura, espantosa a pesar de
todo, fuera una misericordiosa forma de librarme de un horror más allá de toda
comprensión. Concebía la grieta como una advertencia silenciosa de que lo más
terrible aún estaba por llegar.
Por un momento la criatura pareció satisfecha con solo
contemplarme, extasiada con mi pánico, pero luego escuché el clamor
característico del metal que se arrastra y entonces incontables cadenas
salieron de cada doblez de su ropaje y se enroscaron en mi, inmovilizándome por
completo en su helado abrazo. Sentí como los eslabones se tensaban a mi
alrededor y caí de bruces mientras el monstruo me halaba, hundiéndose de nuevo
por donde había aparecido. Enloquecido,forcejeé con mis ataduras como mejor
pude, chapoteando y rasguñando. Todo esfuerzo fue inútil.
Desfallecí, resignándome a mi destino,convencido de que muy seguramente la
bestia me arrastraba hacía mi lugar final de tormento. Cerré los ojos y
aguardé.
Una eternidad transcurrió mientras reuní el valor
suficiente para mirar. Acurrucado en una esquina pude contemplar un sitio que
conocía muy bien. El papel tapiz amarillento y gastado que otrora presentara
coloridos motivos florares se desprendía aquí y allá dejando ver los
muros grises que envolvía. Largas cortinas marrón pajizo cubrían las ventanas -
enmalladas y tapiadas a lo largo de los años- en un vano intento por disimular
lo claustrofóbico del ambiente. La alfombra raída y cubierta de manchas hacía
poco por silenciar el crujir de la madera que producían lentísimos transeúntes
que deambulaban arrastrando pesadamente su humanidad en medio del calor que los
escasos ventiladores del techo no lograban ahuyentar con su monótono siseo.
Entre mesas de bridge, partidas de ajedrez, sillas mecedoras y un televisor que
por estar empotrado en una jaula metálica parecía estar sintonizado eternamente
en el mismo canal, los huéspedes trataban de hacer menos largas sus últimas
horas. Sin duda estaba en “El recuerdo”. El asilo de ancianos.
Dirigí la vista con lentitud hacia la pared de
enfrente, deteniéndome deliberadamente en los cuadros baratos que trataban de
ornamentarla, como si tardándome un poco el resultado de mi inspección fuera a
ser distinto. El calendario confirmó lo que ya sospechaba. 17 de Octubre. El
mismo día en que vinimos por tercera vez al asilo. La segunda vez que entramos
al cuarto de juegos. La primera vez que conocimos EL OLVIDO. La
última vez que tratamos de evitar que alguien se suicidara.
Los fantasmas no tienen demasiado uso para el tiempo.
Si bien tenemos una idea aproximada de los años que transcurren, las fechas
exactas se nos escapan entre el desinterés y la rutina. Ese día sin embargo, lo
recuerdo perfectamente porque casualmente coincidía con la fecha de mi
cumpleaños. Cuando mi talento me anunció que alguien intentaría
suicidarse,bromeé con que era apenas adecuado obsequiar un año de vida a
alguien más, ya que yo no lo iba a utilizar.
El enfermero, un hombre alto, joven y robusto que
evidentemente no disfrutaba su empleo en lo más mínimo, hizo su última
ronda por el sitio recogiendo vasos desechables, buscando aparatos auriculares
perdidos y refunfuñando con cualquiera lo suficientemente osado para
dirigirle la palabra. Luego les recordó a gritos que la recreación
terminaría en una hora y sin más protocolo abandonó el cuarto dando un portazo.
Observé al anciano de la gorra mientras miraba
conspicuamente a lado y lado, jugueteando ausente con el vaso de sus medicinas
entre las manos. Cuando se sintió lo suficientemente ignorado,rebuscó entre el
bolsillo de su chaqueta verde a cuadros.
En ese instante atravesamos la pared, el buen humor y
la banalidad de sabernos embarcados en una misión piadosa evidente en nuestras
expresiones.
– ¿Otra vez este maldito Viejo? Deberíamos dejar que
se muera de una vez por todas –Protestó Carlos al divisar al anciano.
– ¿Y quién lo va a tolerar cuando se una al club? ¿Tu
Carlitos? Suficiente tenemos con un vejestorio amargado en el grupo– Replicó Carla
mirando ambiguamente hacia Doña Adela y Monseñor a la vez.
–¡A mí me respeta mocosa o si no…! – inició monseñor
dándose por aludido al primero.
Todos nos miramos y prorrumpimos en risas a medio
contener. El antiguo sacerdote al caer en cuenta de su error guardó silencio no
sin sonreír un poco el mismo.
– Bueno señores, demasiada charla. A lo que vinimos y
esperemos que la tercera sea la vencida – Escuché decir a una versión más
inocente y mas “joven” de mi mismo.
Al parecer era la tercera vez que el anciano de la
gorra trataría de suicidarse. La primera vez que me sentí atraído hacía el
asilo, el viejo había intentado ahogarse en una tina de baño. Se sumergió
desnudo bajo el agua y puso todo su empeño en hundirse. En esa ocasión monseñor
lanzó una porcelana decorativa contra la repisa metálica del baño. El
estruendo resultante alertó al enfermero, que tuvo que forzar la puerta par
apoder entrar y sacar al abuelo en el último momento. Vitoreamos como escolares
y nos felicitamos mutuamente para luego emprender regreso a “La
Antorcha”.
No obstante“el accidente” no causó gracia al
enfermero, que secretamente le suspendió sus raciones de comida por tres días.
Sin embargo, ciego ante la realidad del asunto, achacó el acontecimiento a la
decrepitud e inutilidad propia de la vejez que a diario veía y tanto le
repugnaba, por lo que no tomó ninguna precaución para evitar un nuevo
incidente. De haberlo sospechado seguramente habría tratado de evitarlo. No
debido a ningún asomo de piedad o humanidad claro. Era solo que cada vez que
uno de los carcamales se moría en su turno la cantidad de papeleo que debía
hacer era ridícula.
En la siguiente ocasión Don Próspero – que
irónicamente se llamaba así– consiguió cambiar su coctel diario de medicamentos
con los de una vecina que dormía a pierna suelta en el sofá contiguo. Supusimos
que alguna medicina contenía algún componente al que era alérgico o
hipersensible, en realidad nunca lo supimos con certeza, pero al conocer sus
intenciones de antemano, no dudamos en hacer que monseñor manoteara el
recipiente que las contenía en el momento mismo en que estaba a punto de
ingerirlas.
Media docena de pastillas, cápsulas y grajeas
rebotaron como canicas por el piso y fueron a perderse bajo las inalcanzables
rendijas de un reloj abuelo tallado en roble, ubicado justo al lado de la
puerta de entrada del cuarto. Lo hubiésemos celebrado como una nueva victoria,
pero esta vez nos quedamos el tiempo suficiente para ver al anciano a
cuatro patas buscando infructuosamente bajo el reloj, al límite de sus escasas
fuerzas, tratando porfiadamente de introducir sus dedos endebles en el diminuto
espacio entre el piso y la madera. Luego de un rato de forcejeo y sin que
nadie se dignara siquiera a mirarlo, el viejo estalló en un desgarrador llanto
de impotencia y siguió sollozando pausadamente hasta quedarse dormido, sentado
en el piso, recostado contra el reloj.
Al abrir la puerta, el enfermero lo divisó de
inmediato y encolerizado lo sacudió violentamente para despertarlo, reprendiéndolo
por retrasar la salida de los demás ancianos luego del periodo de “recreación”.
Probablemente le quitó sus raciones de comida por otros tres días. Aquella vez
nadie festejó.
Max señaló al hombre, tirando de mi brazo para llamar
mi atención. De su bolsillo, fue sacando lentamente un destornillador de
mango negro y azul con salpicaduras de óxido sobre la hoja.
– ¿Y ahora qué? ¿Se va a cortar las venas con eso? Se
va tardar años el viejo imbécil –Rezongó Carlos nuevamente.
El anciano se levantó y empezó a dirigirse
fatigosamente hacia el reloj. Entonces comprendí sus intenciones.
– Es un viejo Zorro. Lo que desea es mover el reloj
para sacar las píldoras– dije con una sonrisa incierta.
Tal como los cuadros, las mesas, el televisor y otros
muebles de la sala de juegos, el reloj se encontraba atornillado a la pared
para evitar accidentes con los internos. Con parsimonia el anciano empezó a
desatornillar las herrumbrosas tuercas metal que unían el masivo reloj con el
muro.
– ¿Y qué hago ahora? ¿Le arrebato el destornillador 30
veces hasta que se canse de levantarlo? – Consultó monseñor en tono mordaz.
Durante un largo tiempo nos miramos perplejos, sin
ideas.
Don Próspero había retirado la mayor parte de los
tornillos para cuando me decidí a hablarle a Doña Adela.
–Doña Adela no tenemos más alternativa. Va a tener que
entrar en el cuerpo de este señor,alejarlo del reloj y luego hacer que arroje
ese destornillador a la basura, al patio…no se…donde sea…pero lejos de aquí–
–No joven Carrillo, no me pida eso, usted sabe que a
mí no me gustan esas cosas, alma bendita– Respondió angustiada la mucama
–El alma bendita de este señor es lo que se va a
perder si usted se pone con sus remilgos. Usted es la única que lo puede ayudar
en estos momentos–
Su mirada se paseó por los rostros de todos y regresó
a mí. Haciendo acopio de todo el valor que pudo juntar y susurrando oraciones
incomprensibles se dispuso a realizar su labor, acercándose por la espalda del
anciano, que forcejeaba ya con el último tornillo.
Lo que sucedió fue muy similar a lo ocurrido cuando la
mujer había invadido el cuerpo del Imbécil. Fue también en el preciso instante
en que la piel del sujeto hizo contacto con la esencia etérea de la mujer que
su cabeza se echó hacia atrás y su humanidad se puso rígida, igualmente sus
pupilas se dilataron y su boca se entreabrió emitiendo quejidos. Del mismo modo
la mujer se deshizo en un tipo de gas espectral grisáceo que entró
por la nariz y boca del viejo. Pero allí se acabaron las similitudes. A partir
de ese instante todo el infierno se desató.
Presa del espasmo característico de los talentos
invasivos de la mujer, el cuerpo de Don Próspero dio una sacudida violenta.El
destornillador, alojado entre la pared y el reloj, dio un tirón violento en
manos del anciano, ejerciendo una fuerza de palanca involuntaria.
La madera podrida por años de abandono, humedad y suciedad cedió con un crujir lastimero que invadió toda la sala. El enorme reloj se tambaleó indeciso y luego se precipitó sobre el cuerpo del anciano. El cristal que resguardaba el péndulo chocó violentamente contra su frente rompiéndose al instante y haciendo manar sangre a borbotones. El chasquido de sus frágiles huesos rompiéndose entre la presión del piso y la pesada caja de roble eclipsó todo otro sonido, incluso el de sus propios gritos desesperados. Una pierna se asomaba fuera de la ruina astillada que era ahora el reloj, doblada en un ángulo dolorosamente imposible, mientras el anciano se ahogaba en una mezcla viscosa de su propia sangre, saliva y vomito.
Un interminable grito psíquico retumbó en nuestras
mentes, postrándonos de rodillas y solo en ese instante recordé que doña
Adela estaba dentro del cuerpo del viejo cuando todo pasó. Probable era pues
que hubiese sentido cada momento de insoportable dolor como suyo propio, esto
magnificado mil veces en una esencia desligada de toda sensación física por
años y años. El espíritu de la pobre mujer se arrastró fuera del cuerpo roto de
Don próspero en medio de una insoportable agonía.
Todo fue confusión. Los demás ancianos aparentemente
inmutables hasta entonces empezaron a gritar, a sollozar y aullar entre rezos y
maldiciones. Algunos trataron de ayudar al pobre viejo que yacía entre los
escombros. Otros solo se limitaron a tratar de salir del cuarto de juegos, sin
contar que entre el cuerpo retorcido y el reloj despedazado, la única puerta de
acceso había quedado bloqueada.
Pero lo peor estaba aún por llegar. Desde mi esquina
traté inútilmente de apartar la mirada pues sabía con terrible certeza lo que
ocurriría a continuación. Desde el centro del cuarto y ante la vista de todos
emergió EL OLVIDO, chapoteando entre su masa viscosa de oscuridad.
Es curioso que tiempo después, cuando inevitablemente
intercambiamos impresiones al respecto, cada uno dio una descripción diferente
de la pesadilla personificada que nos había acechado aquel día. Doña Adela vio
a la típica parca con su túnica, su hoz y su rostro cadavérico, Monseñor
describió un diablo estándar con cuernos, pezuñas y cola,Carlos relató
visiones de un tipo tenebroso vestido como un guardia carcelario y Carla
dice haber sido aterrorizada por un sujeto encapuchado con un arma automática y
uniforme camuflado. Solo puedo suponer que Max vio la encarnación más vívida
del hombre del saco que pueda imaginar. Sabrá Dios que habrán visto todos
los demás ancianos.
En lo único que coincidimos fue en el terror absoluto
que experimentamos cuando EL OLVIDO empezó a acercarse al cuerpo del
hombre tumbado en el piso,que a pesar de estar ya casi sin aliento, gritaba
hasta desgañitarse ante la macabra visión. El monstruo me miró a través de su
resquebrajada máscara de bebé y en la insondable oscuridad de sus ojos de noche
eterna, comprendí lo que habíamos hecho.
Habíamos interferido con la voluntad del hombre, tal
vez el único regalo valioso que Dios haya podido dejarnos. Habíamos arrebatado
a la muerte su cuota a costa del libre albedrío de unos pobres desgraciados. No
una, ni dos sino muchas veces. Por sus ojos de infinita negrura vi pasar
a la mujer que Carla engañó manifestándose como un ángel para evitar que
se suicidara. Vi al hombre cuya arma arrojó por la ventana Monseñor para
que no se disparara en la sien. Reconocí a la pareja de adolescentes que vio
interrumpido su pacto suicida porque “alguien” rompió el vidrio de la ventana
del cuarto del chico y entonces su padre entró preocupado a observar.
Todos y cada uno de los que habíamos“ayudado”. Todos y cada uno de nuestros
pecados pasaron por sus ojos en esos momentos. Entonces comprendí que esto era
una advertencia. EL OLVIDO nos daría una dura lección para que desistiéramos de
nuestra ridícula tarea.
“No hay castigo más severo que el olvido” susurró una
voz rasposa en mi cabeza.
Como sucedería luego conmigo, en aquella ocasión
decenas de cadenas rematadas con hojas afiladas y curveadas en la punta a
manera de hoz, salieron despedidas de los dobleces de su toga en toda
dirección, hendiendo su frío filo en la carne decrépita de todo ser viviente
que ocupara el cuarto . Las navajas desgarraron vientres e hicieron jirones la
piel. Sosteniendo incrédulos sus propias entrañas todos chillaron en un
crescendo de desesperación mientras se arrastraban y retorcían pintando de vivo
carmesí el pálido cuarto.
El ruido era tan caótico y omnipresente que cuando el
silencio llegó de repente, se sintió como un golpe violento que dejó a todos
absortos. EL OLVIDO había desaparecido arrastrando sus cadenas devuelta a
cualquier averno que lo hubiese escupido. Confundidos, los ancianos pasaron sus
manos recelosamente por sus pechos, por sus ropas, buscando alguna señal de
violencia o lesión. No encontraron seña alguna.
La alfombra seguía tan raída, los tapices tan
desgastados. La sangre y las tripas no obstante se habían esfumado. Solo Don
Próspero seguía igual de muerto, aplastado por el peso del tiempo. El
desconcierto duró poco y tras unos minutos de inspección los primeros internos
empezaron a dirigirse a la puerta. El forcejeo de alguien que trataba de girar
el picaporte del otro lado al tiempo que maldecía por lo bajo, anunció la
llegada inequívoca del enfermero. Algunos ancianos suspiraron con
tranquilidad y vociferaron pidiendo ayuda y atención.
Algunos segundos transcurrieron , el picaporte dejó de
moverse y la voz se acalló. Expectantes los viejos se miraron unos a otros. Tan
confundido como los ancianos, no vacilé en atravesar la pared para echar un
vistazo.
El enfermero, tenía la mirada fija en el picaporte,
con una expresión de estúpido asombro en su rostro, como si hubiese olvidado
para que servía. El ritmo monótono de una canción techno lo sacó de su
ensimismamiento.
– Aló, ¿sí? …ah hola, ¿cómo estás? Claro… si…lo
conozco…suena bastante bien de hecho. Hmmm creo que sí, salgo ya para allá.
¿Qué cosa? … jejej si…no se creo que me confundí de día, pensé que tenía turno
ahora pero no, ya voy de salida. Perfecto…nos vemos en media hora. Bye,
besitos. – Concluyó el enfermero mientras colgaba su teléfono celular,
alejándose silbando por el pasillo sin mirar atrás una sola vez.
La sorpresa inicial se convirtió en horror y pronto
una horda de ancianos se volcó sobre el único punto de acceso golpeando,
arañando y dando voces de auxilio. La puerta no se movió un ápice.
Durante unas horas pensamos que solo se trataba de
otro de los inhumanos castigos del enfermero y que tarde o temprano
tendría que volver a llevarlos a todos a sus cuartos. Pero cuando la noche
helada cayó y los ancianos comenzaron a acunarse entre manteles y
cortinas para tratar de ahuyentar el inclemente frío supimos que
algo mas grande estaba sucediendo.
Esperamos a que el último se durmiera para tratar de
forzar la puerta nosotros mismos con la ayuda de Monseñor, pero lesta seguía
inamovible. Al día siguiente Carla se manifestó como un anciano gritón en
la recepción. Infortunadamente no había nadie para presenciar su impresionante
despliegue. Parecía que todo el personal hubiese decidido tomarse unas
vacaciones a la vez.
Solo bastó una mañana para que el cuarto empezara a
convertirse en una fosa séptica, llena de heces, moscas y el olor intolerable
de la carne en descomposición, cortesía de Don Próspero.
El segundo día los ancianos dejaron de pedir auxilio y
forcejear con las ventanas tapiadas luego de que Doña Ligia se hiciera un corte
profundo en la mano al rasgarse con la malla metálica que las cubría.
El cuarto día Doña Ligia falleció luego de una
prolongada y dolorosa agonía, su herida purulenta aportando un nuevo
ingrediente al coctel de olores nauseabundos que todo lo invadía.
El quinto día los que aún tenían dientes o cualquier
instrumento corto punzante improvisado saciaron su hambre con los pocos jirones
de carne putrefacta que sea trevieron a arrancar de los cadáveres entre
arcadas y lagrimeos.
El sexto día Don Horacio encontró entre los
escombros del reloj un destornillador de mango negro y azul con
salpicaduras de óxido sobre la hoja y mirando con celo a Don Pascual, decidió
que era hora de comer carne fresca.
El séptimo día Don Pascual murió por intoxicación
luego de ingerir cantidades absurdas de carne descompuesta, en su
mayoría extraída del costado de Don Horacio con un destornillador de
mango negro y azul con salpicaduras de óxido y sangre sobre la hoja.
Durante toda la semana quebramos los vidrios de la
entrada principal del asilo. Contra toda precaución manifestamos diferentes
personajes desde tenebrosos hasta suplicantes, justo frente a la calle pero
ningún transeúnte pareció reparar en ellos. Incluso Doña Adela se apropió
a regañadientes del cuerpo de un policía, hizo que ingresara en el asilo, lo
llevó a través del pasillo del fondo y lo dejó justo en frente de la puerta del
salón de juegos. Al salir de su trance,el hombre solo sacudió su cabeza
confundido y se alejó del sitio volviendo a suronda habitual.
El octavodía una mesa tumbada se removió y Doña Lina –
la última sobreviviente de un grupo de veinte ancianos– salió a gatas. Luego de
estarse pudriendo en vida durante una semana de pesadilla, una luz de
esperanza surgió de entre el estercolero sangriento que había sido su morada en
los últimos días. El murmullo de varias voces se hizo más
perceptible conforme se acercaba a la puerta.
Pasamos a través de la carcasa descompuesta de lo que
antes fuera Don Próspero y en momentos estuvimos del otro lado. Tres hombres en
overoles azules, con cascos de construcción y herramientas terciadas al cinto
discutían animadamente.
–¡Listo! Último cuarto…verificación completa, edificio
deshabitado podemos proceder– Anunció el primero con alegría
– Pfff,verificación inútil diría yo , esta casucha ha
estado vacía por años, ¿no vieron los vidrios rotos y los cuartos abandonados?,
perdemos el tiempo con estas revisiones,tenemos otras dos demoliciones
que hacer hoy– Protestó el segundo.
– Que… ¿acaso quiere pagar por algún vago degenerado
que use estas ruinas para drogarse? Solo falta que matemos a algún desgraciado
de esos por accidente y ahí si fijo lea parece familia, doliente y abogado. Es
mejor curarse en salud– Respondió el último.
Con impotencia vimos como metódicamente instalaron las
últimas cargas para luego evacuar el complejo. Doña Lina que por
desgracia aún contaba con suficiente oído y cordura para comprender lo que
estaba a punto de pasar se postró en el piso y empezó a rezar. Doña Adela
hizo lo propio. Carlos, Monseñor y Carla abandonaron el cuarto, incapaces de
presenciar la escena. Max se apretó temeroso contra mí.
El estruendo retumbó por cada lugar del asilo durante
los escasos instantes en que aún tuvo paredes. Luego el mundo se desplomó sobre
nosotros y lo único que quedó de “El Recuerdo” fue una nube de polvo. Incluso
eso se disipó momentos después.
Acurrucado en la ahora inexistente esquina de donde no
me había movido desde el inicio dela visión, divisé como nos tomábamos de la
mano, cabizbajos y derrotados y por gracia de Carlos desaparecíamos, como ya
sabía, de regreso a “La Antorcha”.
El vívido recuerdo se fue desvaneciendo poco a poco y
me hallé de pronto en la misma negrura acuosa a la que me enfrentara en un
principio. Emergiendo de nuevo desde el piso ,observé inmóvil como EL OLVIDO se
acercaba de nueva cuenta a mí, una de sus cadenas terminadas en hoz oscilando
adelante y atrás con suavidad.
La certeza de mi castigo me aterrorizó. Horrible como fue,
el episodio del asilo había constituido solo una advertencia, una tortura
indecible sufrida por otros y presenciada por nosotros para amedrentarnos
y evitar que interfiriéramos en asuntos de la vida y la muerte más allá
de nuestra competencia.
Esta vez la pena la sufriría yo, sin saber con
seguridad por que , pero con la firme sospecha de que habernos inmiscuido en el
asunto de Don Orlando y su hija K…Kiara,había de alguna manera obstruido el
normal desarrollo de los eventos del destino.
La cadena empezó a oscilar más rápidamente, ululando
amenazadoramente con cada círculo descrito.Solo atiné a cerrar los ojos. Sentí
un golpe seco que hizo vibrar mi cráneo y el dolor insoportable del metal frío
atravesando mi cerebro.
“No hay castigo más severo que el olvido”,una voz
familiar susurró por última vez en mi mente.
******
Cuando desperté la escena que me rodeaba era más que
familiar. Don Orlando seguía postrado de rodillas observando la foto del
antiguo cumpleaños de K, desconsolado. Doña Adela se removía adolorida
pero consciente, tumbada contra la pared. Los guardias de seguridad sostenían
el cuerpo desgonzado del Imbécil. Max se abrazaba a mi pierna con los ojos
cerrados,asustado.
K sacudió mi hombro mientras me miraba llena de
extrañeza.
– ¿Por qué estás llorando?...los… ¿los fantasmas…
pueden llorar? –
Sentí como las lagrimas empañaban mi visión y se
deslizaban por mis mejillas.
–Creo…creo que olvidé algo importante– respondí.
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