jueves, 1 de noviembre de 2012

SUICIDIO S.A. , CAPITULO 4: SUSURROS DEL PASADO






APITULO 4
SUSURROS DEL PASADO

Nadie mejor  que quienes guardamos  secretos oscuros para reconocer a aquellos agobiados por el mismo peso abrumador de las palabras no dichas y las medias verdades. ¿Que más adecuado que un puñado de suicidas desdichados para reconocer la desesperación de alguien tan poco apegado a la vida y tan corroído por la culpa como Don Orlando?

Tiempo después revisitaría esta conversación una y otra vez renegando por lo ciego que había sido y todo el daño que pudo haberse evitado de haber notado estos y otros detalles sutiles oportunamente.  En ese momento sin embargo, solo me concentraba en el crujir del piso de madera que anunciaba los pasos tambaleantes de Doña Adela en el despacho del administrador de  “La Antorcha”.

Los muros caoba de la habitación, escasamente visibles en algunas esquinas se encontraban virtualmente tapizados con lienzos enmarcados, impecablemente organizados por fecha de creación. Todos trabajos de K por supuesto. Una alfombra raída se extendía por la mitad del cuarto dirigiendo la mirada del visitante hacia dos sillas apostadas frente al escritorio de roble sobre el que se desparramaban facturas, contratos y otros documentos. Una rugosa botella de whisky a medio acabar dibujaba un cuadrado húmedo sobre una revista vieja. Apoltronado en su mullido asiento, Don Orlando observaba un retrato en su mano izquierda mientras sostenía tembloroso un vaso de vidrio en la derecha. Apenas consciente de la presencia de Doña Adela,  el hombre murmuraba incomprensiblemente sin apartar la vista de la fotografía. Haciendo un ademán incierto con la cabeza, ofreció un asiento a quien él pensaba era El Imbécil.

Ansiosamente, puso el retrato boca abajo en su escritorio y le obsequió con una esforzada sonrisa. Su rostro enrojecido evidenciaba los efectos del alcohol.

–  Joven David como me le va. Un placer verlo… ¿que lo trae de vuelta por acá tan pronto? , ¿No me dirá que me consiguió otra pieza?… ¡le advierto que me va a tener que hacer un descuento! Lo estoy enriqueciendo mi estimado amigo–  Bromeó con poco convencimiento  el hombre.

–  No,  no señor…vengo por otra cosita, a molestarlo con unas pregunticas si no es mucho abuso– Respondió cortés la mujer.

Entrelazando sus manos Don Orlando se reclinó contra su escritorio y lo observó de reojo.

– ¿Y qué le pasó a su acento? No me dirá que resultó ser uno de tantos fantoches locales que se busca un nombre haciéndose pasar por extranjero. Eso sí que sería una pena…yo lo tenía en mi más alta estima como un proveedor de fiar – Dijo burlonamente.

Era cierto. La voz del imbécil sonaba diferente. Si bien conservaba rasgos propios de su género, el encantador acento francés se había perdido por completo. Por si fuera poco, las pintorescas expresiones utilizadas por la inocente mucama lo habían reducido a la más criolla de las cadencias locales.  

– No señor usted sabe, cuando uno le pega al traguito la cosa cambia…– Rió nerviosamente Doña Adela con evidente desespero.

El administrador dudó por unos momentos.  –Parece que no soy yo el único que se puso licencioso esta noche, ¿Verdad? jaja, bueno…usted me dirá en que le puedo ayudar joven.

Doña Adela empezó a pasearse por la habitación distraídamente, recorriendo los marcos de los cuadros con sus dedos como lo habíamos ensayado.

– Don Orlando, me he estado preguntando… ¿cuál es su interés en esta artista? ¿Por qué el afán de reunir todos sus cuadros de manera tan completa? –  Preguntó Doña Adela de memoria.

El repentino cambio de discurso pareció tomar al hombre por sorpresa.

–  Bueno eh… pues es una artista nueva…me parece talentosa. Quisiera apoyarla para que salga adelante usted sabe–

K me miró sacudiendo lentamente la cabeza. No era necesario tener dones de ultratumba para notar que el hombre estaba mintiendo.

–  Ah sí señor claro…pero lo que yo veo es que tiene puros cuadros de la niña Kat…K , yo se que a usted le gusta mucho la pintura por eso se me hace raro que no tenga colgadas cosas bonitas de ningún otro pintor– Improvisó ágilmente la mujer de vuelta a su jerga rudimentaria.

 – Bueno no sé, solo quiero apoyar lo nuevo… además lo realmente valioso lo almaceno en el estudio privado de atrás – Respondió el hombre airadamente señalando con su pulgar una puerta  sin picaporte, invisible hasta el momento por estar completamente mimetizada por el color de la pared del fondo.

K me miró confundida. Por primera vez en todo este tiempo vi como se esforzaba por analizar a alguien sin resultado alguno. Luego de unos minutos de  pugna negó con la cabeza, agotada.

–No se…no logro descifrarlo. Algo me dice que es mentira…pero también cierto. No puedo distinguir–  Concluyó incierta K.

–Además no se de cuando acá tanto interés. Me he mostrado flexible con su insistente secretismo respecto a cómo consigue las obras. Me limito a pagarle y hasta el momento eso le bastaba. ¿Por qué estas preguntas ahora? – Espetó Don Orlando cada vez más incómodo.

Entre tanto y sin perder detalle de la conversación, me fui acercando poco a poco a la puerta del fondo. Si el talento de K no había podido arrojar luz sobre la afirmación acerca del estudio privado, seguramente esa habilidad que nos era común a todos si lo haría. Simplemente atravesaría la pared y echaría un vistazo a lo que estaba del otro lado.

–  Pues es que no se si comentarle Don Orlando…la cosa es que encontramos una cartica que dejó la niña– Dijo Doña Adela fingiendo desinterés.

El semblante del administrador cambió de inmediato. Levantándose de la  silla, se aproximó a Doña Adela. – Le advierto que en este momento no tengo todo el dinero, la compra mas reciente me dejó ilíquido. Pero le suplico que me dé un plazo, le puedo hacer un anticipo, por favor, es una pieza que me interesa mucho– suplicó exaltado, el vaho de alcohol llenando el sensible olfato de la mujer.

– Don Orlando no me malinterprete, esta vez no se trata de plata. Lo que pasa es que es un documento muy personal usted sabe y yo no quisiera que quedara en manos de cualquiera…en lo posible si puede hacérselo llegar después a la familia o amigos,  yo no sé si usted de pronto los conozca. Por eso tanta preguntadera dispénseme– Confesó la mujer.

El hombre rezongó. Luego su rostro adquirió una apariencia resignada y algo más afable.

–Con que resultó humanitario el francesito ¿eh? Quién lo hubiese creído…yo que pensé que solo le importaba el dinero. Parece que voy a tener que mejorar mi opinión de usted joven.

Que le puedo decir…tengo motivos personales. Fui cercano a la familia de la artista. La verdad es que no tuvo una vida fácil. A pesar de su talento su madre nunca aprobó su vocación. No consideraba la pintura una profesión decente ni rentable. Con los años se fue convirtiendo en una vergüenza familiar y cuando le preguntaban por lo que hacía su hija siempre inventaba historias. Dios sabe que la adoraba, es solo que…usted sabe joven, era de esas personas que les cuesta demostrar sus sentimientos, educada a la antigua y endurecida por los años y la vida, sin tiempo ni espíritu para sentimentalismos. Solo su padre la apoyaba…pero tal vez muy poco, muy tarde…y todo en secreto y a la sombra de su madre. Nunca tuvo el valor para defenderla como debía.

Su madre murió de un infarto el día en que le anunció que ingresaría a la escuela de artes, cuando ella apenas era una adolescente. Hasta su último aliento se opuso a que persiguiera sus sueños. Creo que secretamente ella nunca se lo perdonó y se culpaba constantemente por su muerte. Su padre tampoco se repuso y desde entonces se refugió en sus negocios y ocupaciones para lidiar con la soledad. También fue culpable por no prestarle la atención debida a su hija. Aún cuando empezó a adquirir notoriedad apenas asistió a un par de sus exposiciones. Creo…creo que tal vez el tampoco sabía cómo expresar lo mucho que la quería.

Empecé a recolectar los cuadros como…no sé, un gesto para tratar de reparar un poco el daño que se le hizo a esta chica. Una manera de hacerle ver al mundo que su talento si importa y es apreciado. Pienso hacer una exposición póstuma cuando reúna las suficientes piezas… por eso mi interés en agrupar todo el material que pueda– Concluyó el hombre con ojos húmedos, evidentemente afectado por la historia que acababa de compartir.

Sin dejar de escuchar continué aproximándome a la puerta. Haciendo una pequeña estación en el escritorio revisé superficialmente los documentos allí esparcidos sin encontrar nada relevante. No obstante, lo que más me interesaba, la fotografía que tanto parecía haber afectado al hombre yacía boca abajo fuera de mi alcance. Alcé la vista de nueva cuenta hacia K, interrogándola con la mirada.

– Este hombre es muy extraño. No puedo ubicar una sola cosa de las que dice como cierta o falsa…lo siento Diego, por más que lo intento no logro decidirme, parece que no sirvo de mucho a final de cuentas…– Soltó frustrada K.

– Como le digo, apreciaría mucho si me entrega el comunicado del que habla. Prometo hacer lo posible por dárselo a algún familiar o amigo cercano – Rogó expectante Don Orlando.

Y aquí llegaba la parte más problemática del plan. Momentos antes, Doña Adela había sustraído con disimulo un trozo de papel que Monseñor dejara días antes tras una de las pinturas enmarcadas en la pared. El depositarlo allí supuso largas jornadas de esfuerzo y varios intentos fallidos en que la más mínima corriente de aire cambiaba el curso deseado o algún transeúnte  distraído lo estrellaba en su humanidad. Empujarlo bajo la puerta del despacho y luego situarlo discretamente  tras el cuadro de la niña mirando el atardecer, resultó sumamente difícil pese a que la administración se encontraba relativamente cerca del cuarto maletero.  El solo hecho de escribir el breve mensaje constituyó en sí mismo un reto, ni hablar de la irregular caligrafía resultante. Tal vez  lo más complejo fue hacer todos estos malabares a espaldas de Doña Adela que jamás hubiese aprobado un engaño tan descarado.

–Bueno pues si usted me la pone así Don Orlando… pero por favor, por caridad que no se le vaya a pasar entregar esto –  Concedió al fin Doña Adela extendiéndole el papel.

Noté casualmente como la más reciente adquisición del administrador estaba puesta en un lugar de honor en la pared del fondo. Visiblemente restaurado y ya enmarcado, el leopardo de las nieves dominaba el cuarto, sin duda la más fina pieza de toda la colección. Una placa metálica con letras grabadas rezaba lo que supuse sería el nombre científico del majestuoso felino. El grito de Don Orlando desvió mi atención.

–  Pero… ¿qué significa esto? ¿Acaso me toma usted por un estúpido? ¡¿Por cuánto dinero pensaba venderme esta baratija maldito imbécil?! –

La sorpresa en el rostro de Doña Adela me llenó de culpa. Engañar y usar a una mujer sencilla y atenta que solo quería ayudarme desinteresadamente;  seguramente otro peldaño en la escalera descendiente hacia mi destino cada vez más inevitable.

–No…como se le ocurre…no le entiendo Don Orlando, perdóneme…– Vaciló la mujer con voz trémula.

Agitando el papel hasta casi frotarlo en su cara, el hombre continuó exasperado.   
– “los amo a todos y espero que me perdonen. K “… ¿cree que me voy a tragar esa bazofia? –

– Perdóneme pero es que eso fue lo que escribió la niña…ya de ahí no se mas– Intentó explicar desesperada.

Un alarido de ira retumbó en la habitación. Casi convulsivamente, el hombre volteó el escritorio  y todo su contenido con violencia, el sonido del cristal roto y el ruido seco de la madera golpeando el piso,  combinándose con pasos apresurados que corrían por el pasillo de afuera en una exasperante cacofonía. Entre papeles desperdigados, vidrios rotos  y  un charco de whisky, el hombre se postró de rodillas sosteniendo con fuerza el retrato malogrado que antes mirara con tanta atención, aparentemente ajeno a los filosos bordes rotos que hacían sangrar sus pulgares.

– ¡No tenía derecho! ¡Fue una crueldad… una crueldad! ¿Por qué lo hizo? ¡¿Por qué me dio esperanza maldita sea?! …yo solo quería…solo quería creer que me dejaba perdón y paz… ¡y usted me viene con esta falsificación¡ – Se desgañitó el hombre entre las más penosas lágrimas.

K me miró desolada, indicándome con un asentimiento que al parecer el sufrimiento del hombre era real.

–Como así falsificación…créame que no le entiendo Don Orlando– preguntó Doña Adela al borde del llanto ella misma.

–Ja…reconocería la letra de Kiara en cualquier lado. Esto no lo escribió ella– Sentenció con resignación.

De repente la puerta se abrió de par en par y los dos gorilas de seguridad se apostaron a lado y lado de Doña Adela, sujetándola por los brazos.

–Llévense a este desgraciado de aquí…y que no vuelva a menos que tenga un cuadro  para mí– ordenó Don Orlando.

En ese preciso instante, rocé con mis dedos la cerradura de la puerta hacia la que me había estado dirigiendo. Varias cosas pasaron simultáneamente.

Sin previo aviso, un estallido verdoso recorrió todo mi cuerpo, envolviéndome en lo que solo puedo describir como electricidad. Un dolor atroz me invadió mientras era despedido por los aires como un muñeco de trapo, rebotando y dando tumbos contra el piso hasta quedar a mitad de la habitación, justo a espaldas del hombre arrodillado. Mi esencia empezó a titilar mientras impulsos de estática esmeralda me surcaban. Poco a poco empecé a notar cómo me iba desvaneciendo.  Completamente incapaz de controlar mis habilidades más básicas, me fui hundiendo lentamente en el piso.

La extraña energía no se detuvo conmigo. Crepitantes telarañas se extendieron por toda la habitación en un parpadeo hasta hacerla lucir como el interior de una esfera de electricidad estática.  Las dos mujeres se vieron entonces intempestivamente presas en una red de fulgurantes tentáculos.  

Contorsionándose en agonía, la esencia de K se elevo por unos segundos durante los cuales todas las prendas y accesorios que había aprendido a manifestar en los últimos días  desaparecieron como calcinados por la inclemente ráfaga. El espíritu inerte que finalmente se desplomó en el suelo estaba desnudo y lleno de cicatrices, tal como lo viéramos la primera vez que salió de su cuerpo.

Al mismo tiempo, un rayo atravesó violentamente el cuerpo del Imbécil, desalojando sin previo aviso a Doña Adela que fue a estrellarse contra una pared sorpresivamente sólida. Su esencia inmóvil quedó reclinada perezosamente contra el muro, exponiendo su cuello lacerado por una rasposa cuerda que se enredaba caprichosamente en él. Su rostro hinchado y amoratado no denotaba signo alguno de actividad.  Desprovisto de su guía, El Imbécil cayó inconsciente, quedando suspendido de repente en brazos del par de sorprendidos guardias.

Ante la angustiosa visión, el infantil rostro de Max se transfiguró, cambiando radicalmente hasta parecer una retorcida versión  de “El grito “de Munch. Su aullido aterrador y lastimero  atiborró por completo lo poco que quedaba de mi percepción mientras la criatura se acercaba angustiosamente para tratar de brindarme ayuda. Eventualmente el sonido se fue perdiendo hasta sentirse muy lejano, como en un sueño.

Descolgando mi cabeza hacia un lado, observé por fin la fotografía que sostenía el hombre en sus manos. Una mujer de rostro severo esbozaba una sonrisa forzada para la instantánea, como si de un retrato antiguo de un miembro de la realeza se tratase. Un hombre que no podía ser otro que Don Orlando, muchos años más joven, saludable y rollizo sonreía genuinamente feliz desde el pasado. Sobre  la mesa, un sinfín de cajas sin abrir dejaba ver muñecas, electrodomésticos de juguete, ropa colorida y accesorios de moda infantil indudablemente descartados con desinterés una vez despedazado el papel regalo. Un pastel de cumpleaños con un número cuatro que aún despedía humo, apenas se distinguía entre el montón de obsequios.  En medio de la pareja, una niñita rubia reía a carcajadas, sosteniendo entre sus manitas su nuevo juego de pinturas y pinceles, mientras lo enseñaba a la cámara desbordante de emoción y orgullo. “Feliz Cumpleaños Kiara” se leía al fondo, en un aviso colgante decorado con globos y serpentinas.

Luchando inútilmente por mantener la consciencia, mi visión teñida poco a poco de rojo por la sangre que manaba de mi sien izquierda, pude divisar con la comisura de mis ojos entrecerrados a EL OLVIDO,  inmóvil e inexorable, apostado frente a la puerta que nunca pude penetrar, en toda su negra y sobrecogedora magnificencia, mas terrorífico si se quiere, que la última vez que lo vimos, en esa horrible noche en el asilo de ancianos.

Sucumbí al horror de lo inevitable y entonces todo fue oscuridad.


miércoles, 27 de junio de 2012

SUICIDIO S.A. , CAPITULO 3: CUERPOS ROBADOS

CAPITULO 3
CUERPOS ROBADOS

En el fondo todos los escritores somos mentirosos. Mentirosos cuyo éxito depende de lo elaboradas y convincentes que sean nuestras mentiras y lo dispuestos que estén otros a creerlas para pasar un buen rato. En su momento mentí y engañé tan frecuentemente  en mis historias como fuera de ellas y debo reconocer que en más de una ocasión mi inventiva fue puesta al servicio de obras de dudosa moralidad. Difícil explicarme entonces el regocijo mezquino que sentí tras descubrir el trivial engaño del imbécil.

Cierto, una parte de mí rebosaba ira y preocupación al contemplar la idea de que Valeria pudiera resultar lastimada por un rufián embustero. No obstante el gozo superaba por mucho la inquietud. Justamente así debía sentirse el tribunal de inquisición cuando por fin encontraba una mínima falta que imputar a un acusado de otra forma inocente. Traficante de arte, ladrón, extorsionista…las posibilidades eran deliciosamente infinitas.

– ¿Y bien? ¿Qué le parece Don Orlando? Asumo que apreciará usted la calidad de este trabajo–  dijo el imbécil esbozando una engreída sonrisa y agitando sus manos como animador de feria. Esa cara podría haber vendido tiquetes de primera clase a un gorrión.

–Sin duda, sin duda. Magnifico. A pesar de lo malogrado de algunas zonas veo que se trata de una verdadera joya – replicó Don Orlando con el tono de quien disimula su emoción sin mucho éxito.

La pintura no había escapado indemne a la caída. Aquí y allá los oleos se habían corrido y algunas manchas del animal eran ahora borrones de color incierto. La esquina inferior izquierda estaba completamente abollada y un par de huellas digitales que alguien había tratado de remover torpemente se apreciaban persistentes en el lomo. Como heridas de batalla, todo esto le confería una apariencia aún más gloriosa y solemne al felino.

– ¿Imagino que el precio será el usual verdad?–  inquirió Don Orlando levantando una ceja

– Pues verá usted Don Orlando – comenzó el imbécil con tono conciliador,– Esta pintura es muy especial. Por favor, fíjese en  la fecha. Haga sus cálculos. –

Con creciente interés, el hombre sacó unos lentes del bolsillo de su camisa y se acercó al lienzo entrecerrando sus ojos en una mueca de concentración. Tras pocos segundos su expresión se transfiguró por completo. 

–No me dirá usted que…– balbuceó Don Orlando

–Así es sí señor, esta bien podría  ser la última pintura que la artista realizó antes de morir– Confirmó el imbécil.

– Bueno como usted seguramente sabrá eso es algo incierto. Tengo entendido que no se encontró ninguna señal  más allá de unos rastros de sangre difícilmente identificables. El cuerpo sigue desaparecido…si es que hay un cuerpo, claro. No sería la primera vez que un artista finge su propia muerte para que el valor de sus obras y su renombre se disparen.
Estando usted en el negocio lo sabrá mejor que nadie. –Exclamó Don Orlando tratando de restarle importancia al asunto.

– Estoy al tanto de eso  pese a que los periódicos no han hecho demasiado escándalo por una artista tan poco conocida. Todo lo que se sabe son especulaciones y medias verdades a lo sumo. Pero no podrá negarme que las fechas y las condiciones de la pintura tienen mucha relación con las circunstancias en que se cree que todo sucedió. Pensé inmediatamente en usted porque me consta que es un asiduo coleccionista y sería una pena que se quedara sin una pieza de tan particulares características…pero si no le interesa en el momento creo que podré encontrar quien me la compre– Concluyó el imbécil haciendo ademán de re-empacar su valiosa carga entre  jirones de papel rasgado.
Chantajista hijo de perra. Que ejemplar con el que te has metido Valeria.

Don Orlando le dirigió una mirada mortalmente seria. Luego de contemplarlo durante lo que parecieron eternos segundos de tensión, reparó dentro del cajón de su escritorio de roble y extrayendo su chequera garabateó con paciencia un cheque que extendió inmediatamente al imbécil. Una carcajada complaciente relajó los ánimos de repente.

–Definitivamente usted si sabe cómo negociar, ¿no joven?  ¡Y dicen que los franceses siempre se han rendido fácilmente! – Bromeó Don Orlando

–Con esto será suficiente Don Orlando, un placer hacer negocios con usted como siempre– respondió el imbécil mientras oteaba el cheque, devolviendo una sonrisa sin mucha convicción tras el ultraje a su herencia gala.

Depositando  la pintura sobre el escritorio, asintió casi imperceptiblemente con su cabeza a manera de despedida y abandonó el cuarto dejando al nuevo propietario sumido en embelesada contemplación de su más reciente adquisición.  Me precipité tras él no sin antes escuchar un sollozo ahogado a mis espaldas que mí afán de persecución me obligó a ignorar.

Con el glamour de una bailarina el imbécil se deslizó graciosamente entre guiños,y apretones de mano hasta regresar al punto en que había dejado a Valeria. Sus odiosos dedos de señorita acariciaron su rostro,  levantándolo suavemente por la barbilla.

–Discúlpame la tardanza. Me encontré un viejo amigo y me puse a conversar– Se excusó.

– ¿Y de que hablaron? – preguntó Valeria genuinamente interesada.

– De arte mi amor. De arte. – Sonrió el Imbécil, condescendiente
                        
  ***
–Parece que la gente viene por estos lados solo a mentir– Soltó divertida K

– ¿Disculpa?– Pregunté distraído mientras observaba como la feliz pareja  se alejaba en dirección a la salida del bar. Luego de unos juguetones besos que en esta ocasión me sentí demasiado aturdido para sabotear, el imbécil había sugerido que fueran a otro lugar, muy seguramente para gastar parte de los frutos de su última y jugosa venta. Valeria como es natural, había aceptado gustosa.

–Pues sí. Tu ex, su nuevo novio, los amigos que vinieron a saludarla mientras estabas lejos y todos las personas que escuché alrededor. Mentirosos. Todos se la pasaron diciendo embustes grandes y pequeños. Acerca de su dinero, de sus relaciones, de sus casas y sus trabajos. Hasta de sus preferencias sexuales y el tamaño de sus pitos. Esta gente me divierte– Sonrió K

–Momento, ¿así que me dices que puedes saber cuándo otras personas están mintiendo?–

–Hmm, eso parece–

–Me llamo Neil Armstrong y soy presidente– intenté incrédulo

– ¿Que no eras Diego, escritor fracasado y por demás muerto? –

– ¿Pudiste saber si mentía?– Fruncí el ceño.

– Solo porque habías mencionado algo diferente antes. No sentí nada que me indicara que lo hacías– Aceptó K confundida.

–Ya veo. Así que tu talento no funciona con los muertos– Concluí

–¿Talento?–

– Bienvenida a tu pubertad chiquilla– Sentencié.

CON EL TRANSCURRIR DE LOS DÍAS LOGRAMOS DESCUBIR GRAN PARTE DEL funcionamiento de la habilidad de K. En resumen, era capaz de notar cuando cualquier vivo decía mentiras siempre y cuando lo escuchara con claridad. Sin embargo su talento se limitaba a percibir la mentira, era incapaz por lo menos de momento, de discernir sobrenaturalmente la verdad tras un embuste.  Pese a esto, con mucha perspicacia y algo de suerte K se convirtió en breve en una implacable extractora de verdades. Entre el solícito público de “La Antorcha” logró detectar en menos de  una a semana a 53 infieles, 12 homosexuales de closet, 6 estafadores, 20 prostitutas de lujo y un policía encubierto, entre otros embusteros menores.  

Nuestra nueva compañera se divertía como niña desvelando los mundanos misterios de desconocidos. Pese a esto y para mi desconsuelo, descubrir su historia personal parecía no despertarle  el mismo interés. Había comentado con ella cuanto escuché  y deduje de la conversación entre el imbécil y Don Orlando, de la pintura  y la supuesta desaparición de su cuerpo. Contrario a lo que anticipé, su reacción fue de total despreocupación, al punto que tuve casi que implorarle que visitara el cuarto de la administración junto conmigo. Ninguna de las obras disparó el más mínimo asomo de reminiscencia o  reconocimiento.

 –No entiendo cuál es tu obsesión con escarbar el pasado. Te recuerdo que nos suicidamos. Teníamos una vida tan desgraciada o problemática que decidimos tirar la toalla. ¿En serio crees que elegiría recordar una existencia miserable si tuviera opción? Afortunada. Así es como me siento. No me interesa cargar con un montón de desdichas por el resto de la eternidad…o cuanto sea que vayamos a durar en este estado – Increpó K mientras deambulaba por el bar escuchando casualmente a los clientes.

Max caminaba agarrado de mi mano, esta vez manifestado como un niño de cabello negro y ojos grises en un traje de marinerito y zapatos de charol. Carla flotaba casualmente a nuestro lado, sus exuberantes formas  apenas cubiertas por un revelador vestido con estampado de cebra,  guantes  de seda hasta el codo y una boa emplumada enredada en el cuello. Siempre me pregunté por qué siendo una mujer tan hermosa y pudiendo usar lo que quisiera elegía precisamente el atuendo más estrafalario y falto de gusto. 

–Comprende K, nadie se roba un cuerpo de un departamento en llamas en un octavo piso sin un muy buen motivo y tal vez premeditación. Además, cualquiera que tenga tu cuerpo puede causarte daño aún en tu estado actual –  Señalé mientras apuraba a Max para poder mantener el paso de la chica.

– Cleptómano…está con él por su dinero…drogadicta… ¿Y quién dice? ¿Cómo lo sabes? ¿Ha pasado antes? – Inquirió distraídamente K sin demasiada preocupación, mientras continuaba arrojando sus ya acostumbrados diagnósticos.

– Hmm, bueno lo dice Doña Adela, según ella toda clase de cosas desagradables pueden pasarte si alguien malintencionado tiene acceso a tu cadáver. Honestamente no he sabido que haya sucedido antes pero…–  titubeé buscando algún argumento convincente.

– Jajaja, el chico es un terrible mentiroso cariño. Ojalá ese truquito tuyo sirviera con nosotros. Lo que en realidad quiere es averiguar los chismes de tu pasado para calmar su propia curiosidad.  Hay alguien por aquí que no ha logrado superar a su ex novia-  Interrumpió Carla con aire de complicidad.

 K se detuvo de improviso. Volviéndose hacia mí me analizó en busca de invenciones como ya tantas veces la había visto hacerlo con los vivos. Emitiendo el equivalente fantasmal de un suspiro, detuvo su vana empresa y me miró visiblemente disgustada.

– ¿Lo que dice Carla es cierto? –

– Bueno pues…exactamente... –

– ¿ES CIERTO O NO? – Puntualizó con tono enérgico

Me encogí de hombros con expresión conciliadora

–No niego que espero descubrir algo de nuestra aparente conexión mientras nos aseguramos de que sigas viv…activa. Por supuesto me gustaría que eso me ayude a responder parte de mis propias preguntas. Por lo demás, puedes creer lo que desees, no me interesa convencerte de lo contrario –  concluí.

El silencio, es decir, el rumor propio del bar y su  mar de gente se tendió entre los dos por unos momentos. Sus ojos severos y obstinados parecieron analizarme infructuosamente una vez más. Una sonrisa irónica y resignada cruzó su rostro.

– Al menos pudiste haber dicho “por favor”, ¿verdad? – Reclamó irónica.

– Ah, Dieguito aún está aprendiendo a tratar a las mujeres mi niña.  Ya te acostumbrarás. Ahora si me disculpan, tengo un trabajito que hacer…– Anotó Carla palmeando condescendiente la espalda de K para luego dirigirse  al baño.

–Carla… ¿por qué sigues haciéndolo? Es la tercera vez en menos de un mes.  Nada bueno va a salir de esto, te lo aseguro– Exclamé preocupado.

–No le hago daño a nadie…no mucho. Piensa en ello como una obra de moralidad de una ex-prostituta que quiere enderezar su camino. Además, ¿qué van a hacer? ¿Matarme?   Jaja. Lo único que sé es que no puede ir peor que en asilo de ancianos ¿o sí? – Contestó desafiante y sin más discusión se adentró en el servicio.

Un argumento irrebatible. Imposible detenerla.

– ¿De qué trabajo habla? ¿Y por qué todo el mundo sigue murmurando cosas acerca de  un asilo de ancianos como viejas supersticiosas? – inquirió K.

Puse el índice sobre mis labios para indicar silencio e hice ademanes de que me siguiera. Atravesamos la pared experimentando esa sensación gelatinosa y fría que siempre tenemos al penetrar objetos sólidos. Adentro, Carla estaba apostada junto a dos hombres que dialogaban frente al espejo, escuchando atenta.
Un hombre de mediana edad, impecablemente trajeado  lavaba sus manos ausente mientras conversaba  con un chico de unos veinte años mirándolo en el reflejo del espejo. Su tono seguro y ligeramente engreído contrastaba con el nerviosismo y tartamudeo del muchacho.

–Vamos Miguel, no eres el primero que hace esto. Te aseguro que la vas a pasar de lujo. Además es parte de la fiesta. ¿Quieres ser parte de la fiesta no? , no dejes que tu edad los engañe. Muéstrales que eres un hombre. ¿Y las chicas? Wow, a las chicas les encanta. Pronto tendrás tu harem personal– comentó pretensiosamente  el hombre.

–Ya para, no me vengas con cuentos para niños. Se como es. Está bien. Lo haré. ¿Cuánto cuesta? – Preguntó visiblemente asustado el chico.
Con una sonrisa satisfecha, el hombre extrajo de su bolsillo un pequeño paquete transparente. Lo abrió cuidadosamente y sacando un poco del fino polvo blanco con una especie de palillo aparentemente diseñado exclusivamente para ese propósito, lo puso a la altura de la cara del muchacho.

–No te preocupes Miguel. El primero es gratis– Remató el hombre con un guiño.
En ese preciso instante, Carla, que había estado a espaldas de los dos, emitió un chillido agudo que obligó a los hombres a cubrir sus oídos con desespero en un rapidísimo acto espontáneo.  De repente,  el espejo reflejó un ser repulsivo. Una mujer imposiblemente  vieja, encorvada, con la piel ajada y mechones de pelo gris  desgreñado que colgaban precariamente de una cabeza casi completamente calva y ulcerada,  abría su boca desdentada y putrefacta en un ángulo que solo una mandíbula dislocada hubiese permitido.  Sus ojos incandescentes despedían una luz blanca que hacía aún más visible  su cuerpo contrahecho, vestido de harapos y cubierto de llagas purulentas,  mientras sus manos artríticas alargaban unos dedos torcidos a escasos centímetros de los hombros de la pareja, una promesa de podredumbre  y peste por venir.

El horror evidenciado en los ojos del par de hombres escapaba a toda proporción. Temblorosas lágrimas empezaron a deslizarse por sus mejillas, incapaces de apartar la mirada del adefesio chillón a sus espaldas. Un mapa de humedad comenzó a formarse en la entrepierna del inmóvil hombre mientras que el instinto de conservación del muchacho lo obligó a huir despavorido, abriendo la puerta con desespero y trastabillando afuera con meseros y clientes, todo esto resultando en una lluvia de cristales y hielo desparramados por el piso, personas asustadas, ofendidas y heridas y un convulsionante Miguel que gritaba incoherencias y suplicaba perdón.

Antes que cualquiera hubiese podido entrar al baño la horrenda imagen del espejo había desaparecido y los primeros curiosos solo encontraron a un hombre catatónico, cubierto de una mezcla de cocaína, lágrimas y su  propia orina. 

– Que no se diga que su tía Carla no le presta servicios a la humanidad– Se pavoneó la mujer victoriosa mutando de vuelta a su apariencia original en cuestión de instantes para luego emprender la retirada.

–Bueno…eso fue genial. Genial y espeluznante– dijo K apenas reponiéndose de la imagen, perturbadora incluso para un muerto.

– Trata de vendernos la idea de que esta en algún tipo de cruzada benéfica. Un par de novios abusivos han salido huyendo y dos o tres violadores potenciales han tenido pre infartos o esfínteres relajados. Si me preguntas creo que lo hace solo por divertirse. Lo disfruta demasiado para su propio bien…o el de los demás– compartí pensativo.
Observamos silenciosos durante un rato la turba de fisgones que agitando al aire sus teléfonos celulares se arremolinaba en la puerta del baño mientras los miembros del equipo de seguridad se abrían paso a empellones con el propósito de retirar el embarazoso individuo y rescatar algo de la mancillada imagen del establecimiento.

–Bueno, accedí a ayudarte… ¿Y ahora qué hacemos? – preguntó K. 

–Ahora…ahora robamos un cuerpo para encontrar otro– sonreí.

  ***
Doña Adela había trabajado como mucama en “La Antorcha” cuando todavía era una casa de familia. Miembro de una larga tradición de empleadas domésticas, se preciaba de haber servido a la crema y nata de la ciudad. Una férrea vocación de servicio acompañada de dedicación y fidelidad incuestionables le habían granjeado la total confianza de sus patrones. Muy probablemente por esto, su caída había sido particularmente estrepitosa.

Doña Adela era una mujer de aspiraciones sencillas. Le bastaba con tener la aprobación de sus jefes, una modesta mesada mensual y un domingo libre a la semana para poder salir a  pasear con su hijita que como también era tradición en su familia, jamás conoció a su padre. Solo esperaba educarla lo suficiente para poder encaminarla en la senda del servicio a la usanza de su familia.

Doña Adela no contaba con que su hija no deseaba ser sirvienta de nadie. Nunca previó que su hija crecería e iniciaría un romance furtivo con el señorito de la casa. No  imaginó que su hija pudiese quedar embarazada y que en medio de su pánico y frustración adolescente robaría las joyas de la señora y saquearía el cajón del escritorio del señor, para luego huir y nunca más volver. Por lo menos si había acertado en su predicción de que su hija sería madre soltera.  

Doña Adela fue tildada de ladrona, traicionera y trepadora. Se le acusó de haber fraguado la treta junto con su  hija para asegurarse un bastardo de noble cuna. Los patrones no iban a permitir eso. Los patrones iban a denunciarla y moverían hasta la última de sus notables influencias para hacer de la vida de ella, su hija y su futuro nieto, un infierno.

Doña Adela se mantuvo fiel a su vocación, aceptó sin chistar cada acusación e hizo lo que encontró más lógico para compensar al menos en parte a sus otrora benefactores. Empacó meticulosamente sus escasas pertenencias en una maleta, limpió hasta la última mota de polvo de su minúsculo cuarto de servicio y luego se ahorcó colgándose del marco de la puerta.

De acuerdo a lo que pude descifrar de sus ocasionales historias, la vieja mucama era la más antigua de nosotros. Calculo que había estado rondando la casa por cerca de 50 años, aunque según nos había contado, unos pocos años después de su muerte  entró en una especie de letargo inconsciente del cual solamente “despertó” tras la llegada de monseñor, hacía relativamente poco. Para una persona tan religiosa y atormentada por su condenable y pecaminosa acción suicida, toparse con un prelado en la otra vida supuso sentimientos encontrados.

Donde la mujer esperaba encontrar apoyo espiritual y esperanza de redención solo se topó con un muro de cinismo y amargura. No obstante, la reacción de desconsuelo inicial dio paso a una profunda compasión y el propósito de renovar la fe del malogrado sacerdote, tediosa misión a la que dedicaba paciente y resuelta  atención a diario.  Era claro que aun sabiéndose pecadora e impura ante los ojos de Dios, no se apartaba de sus preceptos piadosos por abyectos que pudieran resultar dada su actual condición. La simple idea de hacer daño a alguien más la repugnaba y esta era la razón principal por la que se negaba a usar su don. 

Doña Adela tenía el cinematográfico  talento espectral de apropiarse del cuerpo de los vivos y actuar a través de ellos. Una vez poseído, un cuerpo estaba a merced de sus deseos y tras ser abandonado, el sujeto experimentaba una sensación similar a la embriaguez leve, acompañada de una conveniente pérdida de memoria y desconocimiento total de las acciones llevadas a cabo durante la posesión. No obstante su habilidad se encontraba completamente desaprovechada.

Durante toda su existencia fantasmal no la había usado en más de cinco ocasiones, la primera de ellas de manera involuntaria, hecho accidental que había terminado en lesiones graves para el poseído. Al miedo de lastimar a alguien se sumaba el hecho de que percibía la posesión como algo tradicionalmente demoniaco y nocivo, reservado para los espíritus malignos del averno, si tal lugar existiese. Ocasionalmente llegaba incluso a cuestionar si acaso el castigo que pesaba sobre sus hombros la condenaba ya a ser un espíritu impuro sin tener siquiera certeza de ello.

–Joven Carrillo usted ya sabe yo que opino de esas cosas. No me ponga en esas que mire lo que pasó la vez pasada con esos viejitos. Eso es señal que mi Dios no quiere que metamos mano en sus cosas. Dejemos eso quietico– Me respondió doña Adela mientras trataba de convencerla por enésima vez en la semana.

–Doña Adela usted sabe que la necesitamos, sin usted el plan no va a funcionar– insistí

– ¡Ay Joven! yo de mil amores ayudo con todo lo que pueda pero no me pida eso, mire que para mí es muy duro. Eso hasta cosas del diablo serán– contestó casi suplicante.

–Yo le comprendo Doña Adela, no digo que sea fácil. Pero piense que cada minuto que duremos discutiendo esto es otro minuto en que alguien potencialmente malo tiene en su poder el cadáver de K. Es otro minuto en el que la pueden dañar o, Dios no lo permita, hasta eliminar– rogué con mi mejor cara de tragedia.
K, que caminaba a mi lado, me lanzó una mirada burlona que gritaba con toda claridad “bastardo manipulador”.

–Usted sabe que yo aprecio mucho a la niña Kata pero…– vaciló Doña Adela, para quien esas sofisticaciones de nombres de una sola letra eran invenciones absurdas y se había decidido por este familiar apelativo. Nos miró a ambos con cordial resignación.

– ¿Qué hay que hacer pues joven? – concluyó.

El plan era absurdamente infantil. La idea era tomar “prestado” por un rato el cuerpo del imbécil, hacerle ciertas preguntas a Don Orlando a través de él y con el talento detector de K lograr obtener alguna información relevante. Había un montón de cosas que podían salir mal. Incluso si averiguásemos algún indicio resultaba improbable que pudiésemos hacer mucho al respecto. No obstante era el mejor plan que había podido idear dados los limitados recursos con que contábamos. Lo único que restaba era cruzar los dedos y esperar lo mejor.

***
Nos tomó casi dos semanas el hallar la ocasión propicia.  Durante los primeros días El imbécil había estado extrañamente ausente y las pocas veces que se presentó, coincidieron con la inasistencia de Don Orlando. Al parecer, el último alboroto causado por Carla había acarreado problemas con la ley, haciendo del administrador un  hombre más ocupado de lo usual. La aparición, esta vez mucho más directa y dramática, había ocasionado rumores de la existencia de un fantasma en el bar. Muy seguramente el hombre debía estar agradecido pues el público de por sí abundante se había duplicado desde el suceso.

El universo conspiró para que esa noche Valeria y El Imbécil estuvieran bebiendo un poco más de lo usual; cualquier comportamiento extraño podría ser más fácilmente atribuido al alcohol. Esperamos pacientemente hasta que El Imbécil se levantó de la mesa con destino al sanitario. 

–Bueno Doña Adela, de aquí en adelante estamos en sus manos. De todas formas recuerde que vamos a estar acompañándola todo el tiempo, escuche nuestras sugerencias cuando esté hablando con el patrón, no se ponga nerviosa que todo va a salir bien – dije palmeando el hombro de la mujer tranquilizadoramente. 

– Dios lo oiga joven Carrillo. A mí me sigue pareciendo una mala cosa pero bueno…y…¿a dónde dejo al muchacho cuando acabemos? – Preguntó Doña Adela visiblemente preocupada

–  Delante de un camión en movimiento si se puede…– Exclamé con tono burlón

–  ¡Joven Carrillo no diga esas cosas! – Reclamó airada la mujer 

– Es broma– Dije sin mucho convencimiento – proceda por favor porque no sabemos cuánto tiempo estarán disponibles el par de sujetos–

La vieja mucama se puso directamente en el camino del Imbécil, que se acercaba desprevenidamente hacia su invisible obstáculo. En el preciso instante en que la piel del sujeto hizo contacto con la esencia etérea de la mujer, su cabeza se echó hacia atrás y su humanidad se puso rígida, como presa de un espasmo corporal completo. Sus pupilas se dilataron y su boca se entreabrió emitiendo quejidos mudos. En cuestión de segundos la mujer se deshizo en una especie de gas espectral  de color grisáceo   que fue entrando con rapidez por la nariz y boca del imbécil. El cuerpo vacilante pareció desplomarse por un momento hasta que por fortuna su nueva huésped pareció tomar control. K, Max y yo comenzamos a seguirla de cerca.

Muy seguramente cualquier espectador   habría tomado al sujeto que cruzaba a trompicones la pista por un borracho .Sus pasos tambaleantes daban cuenta de alguien que había olvidado como caminar y parecía esforzarse por recordarlo. Con la lengua adormecida, se excusaba con una humildad completamente ajena al bar cada vez que tropezaba o pisoteaba a alguien. Cuando por fin arribó al pie de la escalera que conducía al segundo piso, dejó tras de sí un hilillo de un sospechoso liquido que le corría por la bota del pantalón.

Esto es algo que no había anticipado. Si la mujer tenía problemas para controlar un cuerpo en condiciones normales con toda probabilidad uno en estado de embriaguez aún cuando fuese leve iba a suponer un reto mucho mayor. La comodidad de la condición fantasmal seguramente la habría hecho olvidar del control de los procesos corporales mas básicos. Cualquier falencia de percepción o equilibrio se iba a multiplicar con toda certeza. Un ebrio evidentemente descontrolado se dirigía a las oficinas de la administración. El equipo de seguridad, que debido al reciente incidente del baño había sido reemplazado casi en su totalidad, no estaba interesado en otro escándalo que hiciera peligrar sus empleos. Cuando "Doña Adela" salvó el último peldaño para ascender al segundo piso un par de gorilas con chamarra roja, radiotransmisores al cinto y mala actitud, le cerraron el paso.

– ¿El joven para donde se dirige?– Espetó el más grande en tono agresivo

– Voy… voy a hablar con Don Orlando– titubeó Doña Adela con la inequívoca voz de un beodo.
Ambos hombres se miraron entre si y luego de vuelta al despojo humano que tenían en frente. El sujeto en algún momento de su vida debió haber sido apuesto y respetable. En este momento no obstante observaban un hombre encorvado y tembloroso , con una mancha de humedad en la entrepierna y que babeaba ligeramente al hablar, como si no pudiese controlar su propia articulación. Un parpadeo incesante les hacía pensar que acaso estuviera bajo el efecto de alguna sustancia psicoactiva  adicional al alcohol. En definitiva, alguien que no querrían que el jefe recibiera. No si deseaban conservar sus empleos por lo menos.

– Me disculpa joven pero él no lo puede atender ahora. Y me da pena pero en ese estado no lo puedo dejar permanecer en el establecimiento. Le voy a rogar que se retire– Dijo el segundo mientras asía firmemente del hombro al muchacho.

– Pero es que yo necesito verlo urgente sumercé,  colabóreme hágame la caridad– rogó Doña Adela con voz de hombre en la más inverosímil combinación de palabras.

El guardia se quedó perplejo por un momento, como si la petición que acababa de escuchar le recordara más a su abuela que a un posible drogadicto busca pleitos. Por otro lado, el trato que en su trabajo solían recibir de parte de niñitos engreídos distaba bastante de la humilde cortesía que exhibía el muchacho.  Los hombres analizaron nuevamente con la mirada al curioso personaje.

– ¿Bueno cuénteme de parte de quien le digo a Don Orlando ?– preguntó el guardia pareciendo ceder un poco.

– ¿Perdón…? – musitó Doña Adela con un gesto de horror.

De haber tenido estomago, se hubiese retorcido y congelado en mis entrañas en ese momento. Excelente plan Diego. Con todas las preparaciones, preguntas y contingencias, había olvidado por completo decirle a la mujer el nombre del Imbécil. En un acto reflejo rompí mi silencio y empecé a gritar con desespero.

– ¡David! ¡David! ¡El imbécil se llama David Doña Adela! –

Los ojos parpadeantes del muchacho escaneaban el cuarto con inquietud y su cabeza se ladeaba en ángulos extraños, como tratando de escuchar a alguien que no estaba ahí.

– Su nombre joven, ¿cómo se llama usted? – Inqui rió el segundo guardia empezando a perder el leve asomo de paciencia que tenía.

“Doña Adela” empezó a escarbar con torpe afán en sus bolsillos. Una factura arrugada, un fajo de billetes, un llavero de lujo con apuntador laser y esfero integrados.

– Señor si nos va a hacer perder el tiempo mejor se va – Sentenció agresivamente el primer guardia.

Con una sonrisa de alivio el hombre alcanzó su billetera en el bolsillo trasero de su pantalón. Tras rebuscar un poco de forma incierta les extendió su cédula de extranjería al par de inquietos hombres.

– Don David… ¿Babineaux? – leyó de forma incierta y con natural mala pronunciación el guardia.

–  ¿ah ya es que el señor es extranjero? Uy hermano ahí si la cosa cambia– Exclamó el segundo guardia dirigiéndose a su compañero.  

– Yo creo que por eso es que este man habla tan raro, ese no debe manejar muy bien el español. Usted sabe que Don Orlando tiene muchos negocios con gringos y si nos le tiramos uno ahí si peor – concluyó preocupado. 

– Poquito español – confirmó sonriente Doña Adela, simulando la consabida pronunciación de un americano que trata de hablar español, ignorando contra toda lógica la ascendencia Francesa del imbécil.

– ¿Que hacemos ah? –

–  Pues yo creo que lo mejor es anunciárselo y ya el pluma blanca que decida–

Por toda respuesta el joven seguía extrayendo al azar fotos de su billetera y enseñándoselas con entusiasmo al guardia que se quedó acompañándolo. Un par de tradicionales capturas en la torre Eiffel, una frente a las pirámides de Giza , otras tantas en el Machu Pichu.                  

– Uy no. Definitivamente este man es gringo – sentenció este haciendo gala de un impecable conocimiento geográfico.

Por unos momentos la tensión pasó. Muy seguramente el alcohol había afectado a Doña Adela mucho más de lo que había estimado, alterando su capacidad para escuchar adecuadamente, pero todo parecía indicar que se estaba adaptando con rapidez y creatividad. Muy seguramente me reprendería duramente por haberla obligado a mentir más de la cuenta, pero ahora lo importante es que el primer obstáculo se estaba salvando.  

Tras casi dos minutos el otro guardia regresó.

– Que puede seguir si señor y que pena por el inconveniente, nos disculpa pero usted sabe que es nuestra función– declaró

El imbécil sacudió sus manos amablemente restándole importancia al asunto y se dirigió un poco menos tembloroso hacia la puerta de la oficina de administración. Por el trayecto y no sin visible dificultad, sacó nuevamente de su bolsillo el llavero  y la factura y empezó a garrapatear algo desenfrenadamente apoyado de forma precaria en la palma de su otra mano.   Luego aliso el papel lo mejor que pudo y lo dejó caer al piso antes de entrar.

Con curiosidad y creciente preocupación nos acurrucamos alrededor del mensaje de nuestra socia. Su contenido me dio el segundo golpe devastador de la noche. Había sido un imbécil. ¿Cómo esperaba que Doña Adela pudiera retener algo de sus facultades espectrales en su actual estado? En últimas, en este momento, la mujer no era más que un humano  ¿Cómo era que había fraguado un plan con tantos baches? ¿Cómo esperaba poder ayudar a K y a mí mismo con ideas tan infantiles?  Leía y releía la breve nota ignorando su horrorosa aunque esforzada ortografía solo por saber que las consecuencias de la misma seguramente serían mucho peores.

“ don diego no los beo ni los hoigo” Decía en trazo tembloroso.

lunes, 26 de marzo de 2012

SUICIDIO S.A. CAPITULO 2 EL LEOPARDO DE LAS NIEVES



CAPITULO 2
EL LEOPARDO DE LAS NIEVES
BREATHE, KEEP BREATHING
DON´T LOSE YOUR NERVE
BREATHE, KEEP BREATHING
I CAN´T DO THIS ALONE
Exit Music (For a Film), Radiohead.


Sí te vas a quitar la vida lo mejor es hacerlo de forma lenta, sintiendo como se te escapa entre los dedos a cada segundo, así cuando llegue ese último e inevitable momento sabrás que has cometido un error. Al menos es lo que siempre me dije desde la primera vez que contemplé la idea, lo que en mi condición de permanente propensión a la depresión, sucedió en mi temprana adolescencia, hace ya varios años. Una muerte rápida y sin dolor no te da tiempo de reflexionar y pensar, de revisitar todos esos momentos que por felices o indeseables merecen ser recordados. El dolor nunca me preocupó. He sufrido el filo de la navaja en mi piel y del amante ingrato en mi corazón y los he abrazado a ambos como viejos amigos. Siempre deseé una agonía más personal si las cosas llegaran a esto… y ahora la estoy viviendo mas allá de mis fantasías suicidas más surrealistas.

No tengo mucho espacio para merodear una vez he ingerido entero el frasco, su contenido granulado dejándome un desagradable sabor amargo en la boca. Empiezo a caminar erráticamente aún cuando se que no tengo mucho espacio para deambular. Mi cuarto es relativamente grande pero los lienzos tirados por el piso, los botes de pintura destapados o secos, los pínceles endurecidos y nuevos, los caballetes y obras terminadas e inconclusas que reposan por todos lados hacen que mi corto paseo esté algo restringido. Me acerco al único espejo disponible en toda la habitación buscando algún signo que me indique que el veneno ha empezado a surtir efecto. Su faz llena de huellas digítales de distintas tonalidades y antigüedades refleja mi cabello multicolor cortado irregularmente, las expansiones en mis lóbulos, las 4 perforaciones que se alojan en mi rostro, las ojeras crónicas granjeadas por una férrea disciplina de desvelo creativo. No parece haber nada fuera de lo  normal aún.

Demasiada claridad. Escarbo distraídamente en el cajón del nochero junto al espejo y tras revolver entre lápices, carboncillos  y plumas encuentro la vela que buscaba. Inspecciono un poco más hasta encontrar cerillos  y la enciendo. Busco a tientas el interruptor y apago la luz. Como si la oscuridad alentara a la muerte para iniciar su labor, en ese preciso instante algo estalla en mi interior. Una indigestión de magma palpita en mi vientre y su reflujo ardiente amenaza con darme a probar el sabor de mis entrañas. Temblores me invaden mientras me aproximo pesadamente hasta el farol chino que pende del techo. Con dedos torpes lo enciendo y un haz de luz tenue se proyecta, bañando con su incipiente claridad los objetos circundantes que empiezan a adquirir formas inciertas.  

Afuera llueve. El sonido magnificado de las gotas retumba en mis oídos. Puedo distinguir perfectamente aquellas que chocan contra el cristal de la ventana abierta, las que logran salpicar el piso de mi habitación y las que se precipitan seis pisos más abajo hasta la calle. El destello de un relámpago se filtra entre mis párpados cerrados segundos antes de que el ruido sordo de nubes chocando me obligue a abrirlos. Curioso, solo logro ver a blanco y negro. Presa de un agradable mareo me tumbo en la cama. Enfoco mi visión perezosamente en la pared de enfrente, donde las sombras se deforman con cada fogonazo de la tormenta.

Un relámpago… y en el muro la silueta de una madre se santigua y abofetea furiosa a su hija adolescente luego de descubrir su primer tatuaje.   

Otro… y la misma sombra maternal arroja pinceles y pinturas por los aires señalando en medio de gritos  a una cabizbaja señorita, para luego tomarse sorpresivamente el pecho y desplomarse en el suelo.
Otro más…y la figura de un hombre que besaba a una mujer se aparta de sus brazos suplicantes,  se apunta con un arma en la cabeza y dispara.

Me froto los ojos y sacudo mi cabeza tratando de despejarme. No puedo arriesgarme a caer inconsciente, es indispensable que termine mi tarea. Tanteo mi bolsillo hasta sentir el roce del mango de madreperla en la yema de mis dedos. Abro la navaja y observo mis pupilas dilatadas en la refulgente hoja por un momento. No esperaba que el veneno me matara. Solo lo tomé para asegurarme de que su efecto anticoagulante me permitiera desangrarme a placer. Miro el mapa de antiguos intentos fallidos que surca mi muñeca izquierda y hago un corte vertical y profundo. Mi brazo se descuelga inerte  por un costado de la cama suspendido a escasos centímetros del piso. Solo después de un rato noto el flujo poli cromático que se derrama a borbotones de mi herida abierta.
Como agua flotando sin rumbo ante la ausencia de gravedad, veo como el colorido líquido se retuerce lentamente en una danza hipnótica. Creo adivinar figuras.

Creo ver a una chica abrazada a su padre quién contempla orgulloso su primera exposición.

Me parece distinguir dos muchachas que se embriagan y ríen a carcajadas con el brillo de una amistad eterna e imperecedera en los ojos.   

Creo descifrar un tipo tímido y corriente que camina de la mano de una sonriente mujer salida de un catalogo de rarezas.

El destello del farol quemándose me saca de mis ensueños. Ya no puedo levantarme para apagarlo y evitar que el fuego se extienda. Tengo frio y me siento cada vez mas adormecida. Buen intento de una muerta tranquila chiquilla estúpida. Aprieto débilmente el frasco de veneno entre mis manos solo para aferrarme a algo. Con creciente desespero me digo que al final no fue tan fácil y mientras respiro irregularmente pienso en lo bien que me vendría algo de compañía, cualquier compañía. No puedo hacer esto sola.  Y es entonces cuando lo veo aparecer de la nada. Esbozo una leve sonrisa ante la ironía de la situación.

– Gracias Diego, gracias por venir – me oigo decir.

Trato de completar la frase con “hijo de perra”, pero las últimas fuerzas me abandonan y mis ojos se cierran.

    ***
Esto es nuevo. Una chica que no conozco logra verme cuando se supone que no debería, me llama por mi nombre agradeciendo mi presencia y luego se muere. En definitiva, no es algo que me pase todos los días.
Los otros apenas se reponen del viaje y comienzan a incorporarse entre quejas y maldiciones.

Escucharon lo que dijo?

– Si gran cosa, encontraste una vieja amiguita suicida. Definitivamente tienes que depurar tus compañías. Podemos agarrar la fulana y largarnos de una vez? –  estalla Carlos malhumorado.

No la conozco. Nunca la había visto.

–Ha de ser una de tus lectoras Dieguito. Si así de deprimentes eran tus libros hiciste bien en tomar tu “receso indefinido” – dice Carla con una sonrisa socarrona en el rostro.

Refunfuño por toda respuesta. El único libro que logré publicar fue un fracaso crítico y comercial. Se vendieron poquísimos ejemplares y aún sospecho que la mayoría de ellos fueron adquiridos por amigos y familiares. De cualquier manera, me empeñé en no incluir ninguna de mis fotografías para evitarme futuras vergüenzas. Es improbable que pueda haberme conocido por ese medio. Por otro lado, su habitación me sugiere que la lectura no es precisamente su fuerte.

Me encuentro en medio del más característico desorden bohemio de un pintor. Recipientes de pinturas y acuarelas se confunden con los de alcohol y comidas rápidas arrumadas por doquier. Libretas con bosquejos y apuntes garrapateados con prisa reposan en múltiples escritorios y mesas de dibujo. Los lomos de los únicos libros que encuentro versan sobre arte, anatomía e ilustración. Observo las pinturas tratando de reconocer algún detalle. Magnífico trabajo sin duda. Todas ellas se encuentran firmadas con una estilizada “K” mayúscula y la fecha de terminación. Confieso que pese a disfrutar la estética del arte, mi conocimiento respecto a la pintura siempre fue limitado, más aún tratándose de un pincel joven y contemporáneo como parece ser el caso de mi misteriosa amiga. No obstante algo en esa persistente “K” me resulta vagamente familiar.

Me acerco a la obra más reciente. La fecha en la firma y los oleos aún frescos ratifican que no puede tener más de un par de horas. Un majestuoso leopardo de las nieves me observa fijamente desde la pintura con sus brillantes ojos azules mezcla ambigua de curiosidad, tristeza y determinación. Manchas negras tocadas aquí y allá con rastros de escarcha que se confunden en su inmaculado pelaje blanco activan el infructuoso reflejo de recorrerlo con mi mano para sentir su aterciopelado tacto. Es curioso como algo inerte puede lucir más lleno de vida que yo mismo. En ese momento veo como un farol de papel arde colgado del techo dejando caer trozos encendidos al suelo tapizado con restos de basura inflamable. Las primeras llamas, incipientes pero seguras no se hacen esperar. 

Max llama mi atención halándome del brazo y señalando el cuerpo inerte de la chica. Está comenzando. Motas de luz blanca se desprenden de su piel y flotan lánguidamente como semillas de diente de león arrastradas por el viento. En un parpadeo se transforman en diminutos pájaros iridiscentes que tras revolotear unos segundos en el mismo punto, chocan como kamikazes contra una pared invisible, estallando en miles de pequeños charcos de mercurio multicolor. El lento goteo de la curiosa sustancia va dando forma a una silueta femenina. 
  
Nunca dejo de sorprenderme por la forma en que la esencia de un suicida abandona su cuerpo tras la muerte y  me pregunto si el espectáculo reservado a los que sucumben de manera menos pecaminosa será aún más fastuoso. Cada experiencia que he observado ha sido única y hermosa…excepto tal vez la del asilo de ancianos. Aparto el atroz recuerdo de mi memoria y  observo a mis compañeros. Ninguno presta demasiada atención al proceso de transición de K  y por hábito o desinterés cada uno se encuentra embebido en sus acostumbradas rutinas. Doña Adela ora postrada de rodillas con una velocidad de murmuración que cualquier monja de claustro envidiaría, mientras monseñor realiza comentarios ácidos y desalentadores ante su piadoso comportamiento. Carla vagabundea revisando las pertenencias de la difunta y Carlos finge esperar con impaciencia sentado en un sillón mientras tamborilea los dedos sin producir sonido alguno, naturalmente. Max balbucea y dirige mi mirada hacía el piso.

El fuego ha alcanzado una botella de removedor de pintura volcada y ahora todo arde con celeridad implacable. De repente una certeza inexplicable me invade. Por alguna razón que no alcanzo a comprender del todo, necesito desesperadamente salvar la última pintura. Desconozco si es afinidad creativa, simpatía por la recién llegada o simple lástima.  Miro el creciente infierno que me rodea y decido que la mejor opción es la ventana.

–Monseñor, necesito que cubra ese cuadro con una manta y lo arroje fuera.

– ¿Qué? ¿Se te zafó un tornillo chico? ¿Ahora además de mesías eres mecenas?

–Por favor…es importante.

–  ¿Pero te crees que es tan fácil? Una cosa es pasar las páginas de tu bendito diario o abrir un cajón. Llevar algo tan pesado a esa distancia  me costaría trabajo aún estando vivo!

– ¿Puede hacerlo?

– ¿Y se supone que vas a salvar esta baratija tirándola al agua y el lodo de la calle?

Tiene razón. La caída, la humedad y la indigencia podrían dar buena cuenta de ella en minutos. No obstante, cualquier enemigo es más noble que el fuego. Lo miro  suplicante.

– ¿Podría intentarlo por favor?

El cura resopla y medita indeciso por unos momentos. –Esta te va a salir cara muchacho– concluye. Es claro que negociar con los representantes de Dios en la tierra nunca ha sido barato, respondo mentalmente.

Con visible esfuerzo y exasperante lentitud el antiguo sacerdote envuelve precariamente el cuadro en una sábana que cubría otra obra y tras un eterno trayecto hacia la ventana lo deja caer torpemente al vacío. Su figura traslúcida y desdibujada se desploma de rodillas agotada.

– ¿Nos podemos largar ya que se cumplió tu caprichito? – insiste Carlos, mientras hace ademanes a los otros para empezar a cerrar el círculo.

Como liberándose de un extraño capullo de placenta colorida, K emerge confundida. Blanca como la nieve en su cegadora desnudez surcada de pequeñas cicatrices, se aproxima tambaleante hacia nosotros  y toma nuestras manos extendidas más por reflejo que por convicción.

Tras otro martirizante viaje estamos de regreso en “la antorcha”. Agotados, todos se retiran sin mayor protocolo hasta que solo K y yo quedamos en el cuarto maletero. Aparentemente mis compañeros decidieron que el rol de “niñera” esta vez me correspondería a mí. Me aproximo hasta la chica que se balancea  mientras abraza sus rodillas con mirada ausente y le extiendo una mano.

–Hola, ¿estás bien? – digo con mi mejor cara de cordialidad

Tras mirarme larga y visiblemente confundida solo atina a preguntar –  ¿Quién es usted? …¿Quién soy yo?

***

Por fortuna la gran mayoría de fantasmas recién nacidos vienen equipados con un sistema de aceptación psicológica que muchos vivos envidiarían, por lo que las cavilaciones metafísicas y la negación de su condición espectral duran a lo sumo un par de horas. Bastaron solo algunos días para que K aprendiera lo básico y se fuera adaptando poco a poco al entorno y la situación. Cuando menos ya no andaba por ahí desnuda y había aprendido a manifestarse usando la vestimenta que más le agradara. No me sorprendió corroborar que  no recordaba nada de su propio pasado y mucho menos de su aparente relación con el mío. Opté por olvidar el asunto al menos de momento.

Caminaba junto a ella contándole un poco sobre la historia del dispar grupo del que ahora era el más reciente miembro cuando vi a Valeria. Sin dejar de hablarle la dirigí subrepticiamente hacía donde estaba. Una vez junto a ella corte de tajo la conversación y la señalé.

–Esta es Valeria, mi ex novia–

–Bueno, no es muy bonita eh? –

–Y este es el imbécil, su nuevo novio–

–wow...Pues que puedo decir. Ya veo por qué te dejó–

Evidentemente la sutileza no era una de sus cualidades. Comencé a relatarle parte de mi triste y trillada historia pero tras pocos segundos me interrumpió.

Shhh , déjame oír –

– ¿Que sucede? –

–Este tipo está mintiendo–

– ¿perdón? –

–Sí, le dijo a tu ex que iba al baño. No es cierto–

– ¿Como lo sabes? –

–No se…solo…hmm…lo sé–

El imbécil se levantó y empezó a perderse entre la multitud. Dudoso me volví hacía K.

–Échale un ojo por mí. No me tardo–

Empecé a seguirlo de cerca. Evidentemente no se dirigía al servicio. Tomó las escaleras hacía el segundo piso, se dirigió al cuarto maletero y reclamó un paquete cuidadosamente envuelto en papel. Con patente secretismo, emprendió la marcha hacía  al cuarto del administrador que se hallaba al costado opuesto, al fondo de ese mismo pasillo. La puerta estaba entreabierta.

–Don Orlando… ¿se puede pasar? – preguntó en su odioso español afrancesado luego de tocar cortésmente.

–Siga por favor, ¿lo trae con usted?– respondió una ansiosa voz desde dentro.

Ingresé siguiendo sus pasos y entonces mi propia estupidez me golpeó en la cara. Solo había entrado en esta habitación una vez antes hacía mucho tiempo y al no encontrarla demasiado atractiva jamás había regresado. No obstante debía haberlo recordado. Las paredes de la oficina se encontraban prácticamente cubiertas de pinturas enmarcadas, todas ellas firmadas con la característica K de nuestra nueva compañera.  

Rompiendo delicadamente el papel y sacando con lentitud el relleno muy probablemente utilizado para evitar golpes y abolladuras, el imbécil fue desvelando el contenido del misterioso fardo.
                                   
–Por supuesto que lo traje don Orlando, creo que le va a encantar– Respondió sonriente.

 Un leopardo de las nieves nos observaba desafiante, henchido con el orgullo de la supervivencia en su mirada.